Perdido en su mundo

por | Jul 6, 2019 | Devocionales | 0 Comentarios

Lectura: Juan 16:5-16

Un joven que conocí se convirtió en un ermitaño luego de terminar su secundaria; se dedicó a jugar video juegos hasta el punto de no salir de la casa, jugaba toda la noche y durante el día se dedicaba a dormir; sus padres siempre lo sobreprotegieron, pensaron que tan sólo se trataba de una etapa de su vida, pero él nunca trató siquiera de conseguir un empleo. Un día que, hacia un terrible clima, sus padres sufrieron un trágico accidente de tránsito en el cual ambos murieron.

El joven siguió viviendo en la casa de sus padres, perdido en su mundo; vivió de la pensión, nunca salía excepto para comprar las cosas básicas, pero al hacerlo nunca pudo conocer a una mujer con la cual casarse, nunca tuvo un empleo en el cual aprender o padecer el estrés de los entregables de un jefe exigente, tampoco vio crecer a una familia, nunca lloró por las desdichas de un amigo cercano; al desligarse del mundo se perdió de algunos de los mayores gozos y más profundas satisfacciones, y porque no decirlo, de las tristezas de la vida.

Dios nos creó para que reflejemos su naturaleza, la cual en ninguna forma tiene que ver con llegar a ser un ermitaño solitario.

En Juan 1:1 se nos dice que antes de que el tiempo llegara a existir, el Verbo existía y posteriormente ese Verbo “…se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14).  La palabra griega que se traduce como “con” (Juan 1:1), implica interacción entre las diferentes personas de la Trinidad.  Y ese Verbo, Jesús, les dijo a sus discípulos cómo Él, su Padre y el Espíritu Santo, obran juntos para atraer a un mundo perdido, uno en el que todos nosotros estábamos; lo hizo para salvarnos y hacernos sus amigos (Juan 15:15).

1. Dios nos perdona mediante la fe en Jesús y nos brinda comunión con Él, con la gente a nuestro alrededor y sobre todo con aquellos a quienes por medio de la fe podemos llamar hermanos y hermanas en Cristo, salvándonos con ello de la tragedia de ser ermitaños solitarios.

2. Ningún creyente es una isla.

HG/MD

“Todo lo que tiene el Padre es mío. Por esta razón dije que recibirá de lo mío y se lo hará saber.” (Juan 16:15).

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