Lectura: Santiago 3:13-18

Casi al final de la Segunda Guerra Mundial, algunos italianos fueron capturados y llevados a Texas a un campo para prisioneros de guerra. Pronto, los guardias se enteraron del pasado artístico de estos hombres, entonces los invitaron a que en lugar de estar todo el día encerrados, podían invertir parte de su vida en labores de embellecimiento comunitario.

Al inicio los italianos estaban renuentes a ayudar a sus captores, no obstante, luego de pensarlo por unos días accedieron. A medida que empezaron a trabajar en pintura y escultura en algunas iglesias, sus sentimientos fueron cambiando, nadie hablaba de la guerra, ni del pasado, ni del por qué estaban ahí, al poco tiempo la guerra terminó y estos hombres fueron repatriados a su país, pero dejaron un legado atrás de ellos que se remontaba a más que su trabajo, dejaron amigos en un país en el cual fueron cautivos.

En nuestras vidas, se presentan circunstancias en las cuales parece improbable que llegue a existir paz verdadera, debido a que nos encontramos prisioneros de malos sentimientos, o situaciones tensas que nos hacen retener odios hacia otras personas.  No obstante, la paz tiene el poder de surgir en cualquier lugar, es por ello que en el libro de Santiago se nos recuerda lo siguiente: “la sabiduría que procede de lo alto es primeramente pura; luego es pacífica, tolerante, complaciente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial y no hipócrita. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:17-18).

  1. Los mejores pacificadores son los que conocen la paz de Dios.
  2. Pidamos a Dios que nos enseñe a ser pacificadores en donde quiera que estemos.

HG/MD

“Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18).