Lectura: Salmo 40:1-3

Si existe algo para lo cual la mayoría está preparada es para esperar.  Se espera en el supermercado, entre el tránsito vehicular, en el consultorio médico, esperamos que llegue un mensaje, que vuelva un hijo descarriado o que nuestro cónyuge cambie. Esperamos que se cumpla un deseo del corazón.

En el Salmo 40:1, el rey David declara lo siguiente: “Pacientemente esperé al Señor”. El lenguaje original aquí sugiere que él “esperaba, esperaba y esperaba” que Dios respondiera su oración. No obstante, al mirar atrás y considerar ese tiempo de demora, alaba al Señor en su corazón diciendo: “puso en mi boca un cántico nuevo, una alabanza a nuestro Dios” (40:3).

En esta misma línea y sobre la paciencia, F.B. Mayer (1847-1929) escribió: “¡Qué capítulo puede escribirse sobre las demoras de Dios!  Es el misterio de educar al espíritu humano para que aplique la cualidad más sobresaliente de la que es capaz”.

Mediante la disciplina de la espera, podemos desarrollar las virtudes más serenas: sumisión, humildad, paciencia, perseverancia gozosa, constancia en hacer el bien; estas virtudes exigen la mayor cantidad de tiempo para poder aprenderlas.

  1. ¿Qué hacemos cuando parece que Dios no nos concede el deseo de nuestro corazón?  La respuesta es, seguir amándolo, sabiendo que Él quiere y sabe lo que es mejor para nosotros.
  2. El Señor puede ayudarnos a confiar en Él lo suficiente como para aceptar con gozo las demoras, considerándolas como una oportunidad para desarrollar estas virtudes y alabarlo.

HG/MD

“Pacientemente esperé al Señor, y él se inclinó a mí y oyó mi clamor” (Salmos 40:1).