Lectura: 2 Reyes 5:1-3; 9-14

A menudo pensamos que, si Dios hace algo importante en la historia humana, lo hace por medio de personas importantes y reconocidas del “mundo cristiano”, tales como un escritor de renombre o un ministro de una mega iglesia, un músico, un empresario importante, un gobernante o una persona publica muy conocida, y nos menospreciamos creyendo que nosotros somos tan sólo material de relleno en la historia del cristianismo, hasta que Jesús venga.  Pero, esto no es verdad.

Si piensas de esa forma es que no has leído la Biblia detenidamente; las Escrituras están llenas de personas ordinarias, a quienes Dios utiliza de una manera extraordinaria.  Tan sólo repasemos un momento sobre quién era David antes de ser rey, un sencillo pastor de ovejas (1 Samuel 17:34); o Rut antes de conocer a Boaz, era una viuda que levantaba trigo desechado (Rut 2:2-3); o recordemos quienes eran los apóstoles, muchos fueron pescadores (Mateo 4:18), o recaudadores de impuestos (Mateo 9:9).

En nuestra lectura devocional nos encontramos con una joven sirvienta ordinaria, quien valientemente sugirió a Naamán, el jefe del ejército del rey de Siria, que fuera donde el profeta de Israel para ser sanado.  Lo que a nosotros nos parece una simple sugerencia, para Naamán se trataba de una decisión que implicaba renunciar a todo lo que creía, incluyendo sus ídolos, y además poner en peligro a su nación al exponerse a ir a Israel en busca de ayuda.

Esta sierva de la cual ni se menciona el nombre, pudo también haber pagado un precio muy alto por haber sugerido tal cosa, incluso la muerte.  Pero ella sabía dónde se encontraba el único y verdadero Dios que lo podía sanar, ella hizo algo extraordinario porque sabía en quien había creído.

  1. Al igual que esta joven sierva, debemos estar dispuestos a ser usados por Dios para guiar a otros a Jesús, la fuente de agua viva.
  2. Dios siempre está en busca de personas ordinarias para hacer obras extraordinarias.

HG/MD

“Juan estaba vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero a la cintura, y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba diciendo: “Viene tras de mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, agachado, la correa de su calzado.” (Marcos 1:6-7).