Lectura: Salmo 139:1-10, 23-24

Nuestros vecinos tienen un pequeño perrito pekinés que es un terremoto, corre, ladra, pero sobre todo le gusta escarbar en la tierra, por lo cual se ensucia mucho.  Lo bañan al menos una vez por semana, pero en ocasiones termina tan sucio y con el pelo tan enredado, que tienen que llevarlo a la peluquería para deshacerle los enredos.

Sin embargo, al llevarlo a la peluquería, ellos detectaron que el perro se queja mucho al lavarlo.  El hombre que atendía esa parte del negocio, lavaba a los animales con mucha prisa, usaba mucha fuerza y sobre todo parecía no disfrutar el trabajo que realizaba; con tan sólo ver el local el perrito quería huir.

Así que decidieron llevarlo a otra peluquería y todo cambió, y aunque no le resultaba del todo cómodo, el ambiente era más tranquilo, la joven que se encargaba de los perros era muy amable y hasta jugaba con ellos.

De la misma forma en la que el perrito de los vecinos se ensucia, también en muchas ocasiones el pecado y las equivocaciones encuentran un espacio en nuestras vidas, así que necesitamos ser limpios y librarnos de los enredos de la vida.   Al igual que David, debemos pedirle a Dios que nos examine y pruebe nuestras mentes y corazones, mostrándonos las áreas en las cuales debemos cambiar (Salmo 139:23-24), aunque no nos guste.

  1. Nunca será agradable que el Señor nos señale nuestros errores, pero debemos confiar en que es lo mejor para nuestro crecimiento; acerquémonos a Él sin temor.
  2. Cuando el Señor tiene que limpiarnos, lo hace de una manera perfecta, quizás con un poco de dolor, pero el resultado será el mejor.

HG/MD

“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos.  Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el camino eterno.” (Salmo 139:23-24).