Lectura: Salmos 61:1-8
Un pescador quedó atrapado en una tormenta inesperada. El viento levantaba olas iguales a las paredes, y la lluvia golpeaba como si fueran piedritas. A pocos metros de la costa había una gran roca que formaba una pequeña cueva la cual aparentaba servir de protección del azote del agua. El pescador pensó: “Si me acerco a esa cueva, me protegerá del viento”. Se arrimó con todas sus fuerzas… pero cada ola lo empujaba contra la piedra y casi vuelca la barca. La “cueva” no era refugio; era un peligro.
Entonces vio el faro de la bahía. La luz giraba y al pie había una entrada. Remó en zigzag, peleando contra el oleaje, hasta que alcanzó el muelle del faro. Al entrar, la diferencia fue total: el rugido del mar quedó afuera, había calor, el cuidador del faro le ofreció una manta y una radio. La tormenta seguía rugiendo, pero él ya estaba seguro.
Mientras se secaba, comprendió: ¡no toda cueva es refugio; sólo un lugar firme y preparado para proteger es el que realmente salva!
La necesidad de refugio puede ser tanto física como espiritual. Dios es un refugio para el alma cuando estamos angustiados. El rey David escribió: “clamaré a ti cuando mi corazón desmaye. Llévame a la roca que es más alta que yo” (Salmo 61:2).
Cuando nuestras emociones se ven golpeadas por las situaciones complicadas de la vida, somos más vulnerables ante las tácticas del enemigo; el temor, la culpa y los deseos están entre sus preferidas. Por eso, necesitamos estabilidad y seguridad. Como expresó el salmista: “… tú me has sido refugio y torre fortificada delante del enemigo… me refugie al amparo de tus alas” (Salmo 61:3-4).
- Cuando estamos exhaustos por las circunstancias que vivimos, Jesús, el Hijo de Dios, nos ofrece paz y descanso, un verdadero refugio que nos protege gracias a su amor.
- Señor, ayúdame a encontrar paz y descanso en ti cuando estoy angustiado.
HG/MD
“Les he hablado de estas cosas para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción, pero ¡tengan valor; yo he vencido al mundo!” (Juan 16:33).
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