Lectura: Santiago 4:1-10
Si oramos pidiendo por algo que de antemano sabemos NO es la voluntad de Dios, sin duda estamos desperdiciando nuestro tiempo y aliento.
Un niño pequeño tenía la costumbre de chuparse el dedo pulgar, y sus padres le dijeron que debía dejar de hacer eso. Una noche, mientras oraba antes de ir a dormir, alguien lo oyó decir: “Ay Señor, ayúdame a dejar de chuparme el dedo”. Después de una pausa dijo: “Pero sabes, en realidad no te preocupes Dios, porque de todas maneras no quiero dejar de chuparme el dedo”.
El Señor nos ha revelado, en términos generales pero concisos, cuál es Su voluntad por medio de la Palabra, y por eso, nuestras oraciones deben estar arraigadas en las verdades y principios que encontramos en la Biblia para nuestro tiempo.
Muchas veces pedimos a Dios cosas que de antemano Él ha prohibido. Es un error pedirle a Dios que bendiga algo cuando intentamos hacer cosas que son incorrectas; por ejemplo: pedir la bendición de Dios para nuestro negocio, sabiendo que estamos engañando a nuestros clientes con un producto que contiene menos cantidad de la indicada en el empaque; o cuando pensamos visitar lugares donde un creyente no debería estar porque se realizarán actividades ilegales o se promueven comportamientos incorrectos.
Si pedimos la bendición de Dios o Su protección en este tipo de situaciones, es pedir mal. Esas oraciones nunca serán contestadas. Es inútil pedirle a Dios que bendiga nuestro negocio cuando nos permitimos prácticas dudosas o seguimos con hábitos mundanos.
- Si queremos que nuestras oraciones reciban respuesta, debemos estar dispuestos a dejar que Dios haga lo que Él quiera y cambiar las actitudes que sabemos están equivocadas.
- El patrón para nuestras oraciones debe ser el mismo de nuestro Señor, quien dijo: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42) ¿Estás dispuesto a orar así?
HG/MD
“Y él se apartó de ellos a una distancia considerable y, puesto de rodillas, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lucas 22:41-42).
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