Tecnología
Nadie me ha preguntado jamás cuál es el versículo de la Biblia que menos me gusta. Tal vez porque la pregunta parece sacrílega. Pero si podemos ser honestos respecto a cuál es nuestro pasaje favorito, me parece que también podemos reconocer que hay porciones de la Escritura que nos cuesta abrazar como buenas y verdaderas. Los cristianos admitimos esto entendiendo que lo que se queda corto no es la Palabra, sino nuestros corazones. «Abre mis ojos, para que vea las maravillas de Tu ley», oramos (Sal 119:18).
Habiendo dejado claro lo anterior, puedo confesar que el versículo que menos me gusta de la Biblia se encuentra en el libro de Eclesiastés: «Pero además de esto, hijo mío, estate prevenido: el hacer muchos libros no tiene fin, y demasiada dedicación a ellos es fatiga del cuerpo» (12:12).
Cada vez que mis ojos pasan por este pasaje no puedo evitar sentirme aludida. «Pero además de esto, Ana, estate prevenida…», mientras vienen a mi mente las pilas de libros en cada rincón de mi hogar, esas que jamás terminaré de leer porque cada mes o dos daré una «visita rápida» a mi librería local.
El problema
Sí, aunque la advertencia del Predicador no me gusta, estoy profundamente convencida de que es verdad. Amo dedicarme a los libros, pero la verdad es que estoy fatigada.
La razón es que tengo una pequeña obsesión con la información. Aunque afortunadamente no creo necesitar unirme a un programa de doce pasos o internarme en un centro de rehabilitación, debo admitir que necesito dejar de acumular datos. Son demasiadas las veces que he dicho, como ese amigo fumador que todos tenemos, «lo dejo cuando quiera».
Dejaré de comprar libros. Dejaré de guardar artículos para leer después en los marcadores de mi navegador. Dejaré de suscribirme a nuevos pódcasts y de agregar videos a la lista de ver más tarde. Sí, lo dejo cuando quiera. El problema es que no quiero.
Por fatigada que esté de acumular información y de tratar de consumirla cada día antes de que se desborden los estantes físicos y digitales, no quiero dejar de hacerlo. Porque lo que viene después me aterra: la hora de poner en práctica lo aprendido.
Sea cual sea el proyecto —diseñar un programa de educación en el hogar, escribir un libro, organizar la alacena de mi casa o desarrollar un buen hábito de ejercicio—, puedo pasar horas y horas investigando sin jamás dar un paso adelante. Los días se convierten en semanas y luego en meses mientras, en lugar de hacer lo que sé que debo hacer, leo «solo un libro más», reviso el —ahora sí, de verdad— último video de un experto (y otro de un no tan experto), escucho tres episodios de pódcast para asegurarme de que no se me escape una perspectiva relevante, y —¡por supuesto!— consulto de paso a ChatGPT, «solo para ver qué dice».
No pasa mucho tiempo cuando la búsqueda se siente infructuosa. Los resultados empiezan a ser repetitivos o —lo peor— se contradicen entre sí. Lejos de sentirme preparada para empezar el proyecto, el miedo me asalta y me dejo arrastrar por las corrientes del mar de información en el afán de encontrar una respuesta definitiva (que muy probablemente no existe). Quiero estar segura de que, si voy a dar el primer paso, será un buen paso… un excelente paso, un paso perfecto. Y hago así para cada proyecto.
Se me olvida que Dios no me ordena dar pasos perfectos; Dios me ordena caminar confiando en Él. «Encomienda tus obras al SEÑOR», dice Proverbios 16:3, «Y tus propósitos se afianzarán». Hay un gran alivio en recordar que, aunque nosotros somos torpes, Dios es nuestro Padre amoroso y no permite que nos extraviemos. Él promete darnos la sabiduría que necesitamos para caminar en Su voluntad en este mundo tan confuso y saturado de opciones (Stg 1:5).
Es fácil vestir de piedad nuestra renuencia a obedecer hasta tener «todos los datos» o un plan bien definido. Podemos decir que queremos ser mayordomos sabios o trabajar con excelencia… la realidad, sin embargo, es que probablemente estamos disfrazando la huída como dedicación. Sabemos a dónde dirigirnos, pero en lugar de caminar nos convencemos de que quizá una búsqueda más en Internet nos ofrecerá la fórmula mágica para llegar a nuestro destino sin ningún contratiempo o dificultad.
El antídoto
El antídoto para mi obsesión con la información —mi idolatría por el conocimiento y el deseo incontrolable de tener la razón y no equivocarme al caminar— se encuentra solo un verso adelante del pasaje que tanto me confronta: «teme a Dios y guarda Sus mandamientos» (Ec 12:13).
La vida cristiana es sencilla. Por supuesto, no siempre es fácil de poner en práctica, pero no es difícil de comprender. Teme a Dios: ríndete delante de Él, conoce Su Palabra, clama por Su guía y sabiduría. Guarda los mandamientos de Dios: ámale y ama a tu prójimo (Mt 22:37-40). Busca hacer lo bueno, cada día, y confía en que el Señor enderezará tus veredas (Pr 3:6).
No hay cantidad de libros, pódcasts, videos o chatbots que puedan darte la paz que sobrepasa todo entendimiento. De cada pregunta resuelta brotarán cinco interrogantes más. Deja de buscar todas las respuestas y busca a la Fuente de todo entendimiento. Sáciate de Él y luego camina, sabiendo que tu torpe obediencia es una ofrenda hermosa que Jesús perfecciona y Dios usa para tu bien.
Autora: Ana Ávila – es Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día» y «Lo que contemplas te transforma». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus hijos. Puedes encontrarla en YouTube o en Telegram.
Fuente:
https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo





0 comentarios