Lectura: Éxodo 20:1-7

No es fácil seguirle el ritmo a la taquigrafía que acompaña a comunicación electrónica rápida y orientada a la juventud de hoy. En el IM-speak (conversación de mensaje instantáneo) o lenguaje de mensaje de texto, «reírse a carcajadas» se convierte en «rac». «A propósito» es «ap». Y, de manera lamentable, algunas personas usan «odm» para «¡Oh, Dios mío!»

Esta última frase parece estar en labios de muchos que reciben noticias que los llenan de asombro. Pero, como cristianos, necesitamos detenernos antes de pronunciar ésta o cualquier otra frase que usa el nombre de Dios con ligereza.

En Mateo 6, cuando Jesús enseñó a Sus discípulos cómo orar, lo primero que les instruyó que dijeran fue esto: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre» (v.9). Claramente, el nombre de Dios en sí es especial. Abarca Su naturaleza, Sus enseñanzas, y Su autoridad moral. Pronunciar el nombre de Dios es llamar al Creador y Sustentador del universo.

Debemos honrar y proteger el santo nombre de Dios de toda manera que sea posible, conservando su uso para aquellas ocasiones cuando hablamos de Él o nos dirigimos a Él con fe. Seamos cuidadosos de nunca convertir el santo nombre de nuestro formidable y poderoso Dios en tan sólo otra frase ligera en nuestros labios o en algún mensaje de texto.

  1. ¿Usas a la ligera el nombre de tu padre o madre o algún ser querido?  Creo que no.  ¿Usas a la ligera el nombre de Dios? Muchas veces si, seamos sinceros y cuál es la diferencia?
  2. Una forma de que esto no ocurra es estar conscientes de que esto no debe de ser.  Eres el  UNICO responsable de lo que sale de tu boca (Santiago 3:1-12)

NPD/JDB