Lectura: Filipenses 2:1-11
En un documental escuché la historia del sherpa tibetano Nawang Gombu y el norteamericano Jim Whittaker, quienes alcanzaron la cima del monte Everest el 1 de mayo de 1963.
Según lo que ellos narraron en su momento, cuando estaban por llegar, comenzaron a pensar en el honor de ser el primero en pisar la cumbre. Fue ahí cuando Whittaker invitó a Gombu a ser el primero, pero él inmediatamente negó con una sonrisa, y dijo: “¡Primero tú, gran Jim!”. Luego de algunos segundos decidieron hacerlo al mismo tiempo.
El apóstol Pablo también alentó a los creyentes filipenses a demostrar esa clase de humildad: “no considerando cada cual solamente los intereses propios sino considerando cada uno también los intereses de los demás” (Filipenses 2:4).
Como ya sabemos tanto el egoísmo como la vanidad pueden dividir a las personas; no obstante, hay algo que puede unirlas: la humildad, porque refleja la cualidad de tener “… el mismo amor, unánimes, pensando en una misma cosa” (Filipenses 2:2).
Podemos calmar las peleas o desacuerdos cuando cedemos nuestro “derecho” a tener la razón, ya que cuando permitimos que la humildad sea la que tome el control, aparecerán la bondad y la cortesía en lugar de que continuemos exigiendo nuestros derechos o peor aún, imponiéndonos sobre los demás: “sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3).
- Practicar la humildad nos ayuda a parecernos más a Jesús, quien, dio todo por nosotros, hasta el punto de llegar a morir.
- Seguir las pisadas del Señor significa hacer lo que es mejor para los demás, y menos para el “yo”.
HG/MD
“Sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Filipenses 2:7-8).
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