Lectura: Juan 15:1-5

Los fariseos como siempre estaban al acecho de nuestro Señor, tratando de encontrar algún fallo en sus enseñanzas; fue así que una vez le preguntaron: “¿Qué haremos para realizar las obras de Dios?” (Juan 6:28) La respuesta de Jesús fue como siempre simple y directa: “Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado” (Juan 6:29).

Así como los fariseos, nosotros también podemos pensar orgullosamente que podemos hacer la obra de Dios por nuestros propios medios y capacidades.  Sin embargo, si algo hemos de lograr es por medio de la fe, y gracias al poder del Señor que nos capacita, tal como lo leemos unos capítulos después: “Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto. Pero separados de mí nada pueden hacer” (Juan 15:5).

Es mucho más sencillo confiar en nosotros mismos que apoyarnos en Cristo.  El mensaje que retumba en nuestros oídos es que nuestro valor está en función de lo que “nosotros” ganamos o logramos.  Si esa es la meta primaria de nuestra vida, lo que lograremos es una lucha prolongada por reparar desesperadamente lo que está roto y esforzarnos de sobremanera por lograr siempre más y más en todo lo que hacemos.  Estaremos demasiado ocupados en conseguir logros, que en hacer lo que es realmente importante, tratando de poner en práctica acciones que Dios nunca quiso que hiciéramos.

A pesar de que el Señor tuvo un ministerio intenso de tres años y medio aproximadamente, nunca estuvo tan ocupado como para sacar tiempo para conversar con una mujer señalada por la sociedad, quien intentaba sacar de un pozo agua que no saciaría su sed (Juan 4); o para hablar con un fariseo en horas de la noche quien trataba de entender cómo se podía nacer de nuevo siendo ya viejo (Juan 3); lavar los pies a sus discípulos, enseñándoles la importancia del servicio desinteresado (Juan 13); visitar a una familia de amigos en Betania (Lucas 10) y después acompañarlos en uno de los momentos más tristes de la vida, la muerte de un amigo (Juan 11).  En conclusión, vemos como el ritmo de su ministerio siempre fue medido y deliberado.

Entonces podemos decir que la obra de Dios debe hacerla Dios.  Si bien es cierto, nosotros también trabajamos en ella, debemos saber que somos instrumentos en sus manos en cada paso del camino de la vida.

  1. Antes de iniciar el día, exprésale a Dios tu dependencia en Él por medio de la oración.  Si esto te resulta difícil, pide su ayuda, la fe crece como cualquier otra obra, gracias al poder de Dios.
  2. Para hacer la obra de Dios debes confiar en que Él está obrando por medio de ti.

HG/MD

“Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios: que crean en aquel que él ha enviado” (Juan 6:29).