Lectura: Hebreos 12:18-29
Un buen amigo a quien no había visto desde hacía bastantes años debido a que se había mudado a vivir a otro país, me compartió sobre cómo había sido su vida en los últimos 3 años.
Él tenía un auto que lo había acompañado durante muchos años y al que realmente estimaba pues era de colección. No obstante, algo había cambiado en su vida, su esposa había sido diagnosticada de un cáncer bastante agresivo, y el seguro médico con el cual contaban cubría parcialmente el tratamiento que ella necesitaba con urgencia.
Como parte de todo ese proceso y con gran dolor, decidieron vender la joya de la familia, su auto antiguo, sabiendo que debían hacerlo pues sus ahorros ya se habían acabado. Entonces, en ese momento de mucho dolor conversó con Dios diciéndole: “Bueno, Señor, creo que no te he fallado de una forma grave desde que te conozco, y mi esposa enfermó, no tenemos ahorros, mi auto se fue; si le sucede algo a mi esposa ya me vas a escuchar…”.
Luego de tan sólo un minuto de exponer su frustración delante de Dios, se sintió avergonzado. En los últimos tres años, Dios le había salvado la vida a su esposa quien mostraba todos los signos de estar recuperándose, y allí se encontraba él, quejándose de las “cosas” que había perdido.
En ese momento se dio cuenta de lo malagradecido que se había vuelto. Recordó como Dios nuestro Padre amoroso, no escatimó y entregó a su propio Hijo para salvarnos; había salvado a su esposa de una manera milagrosa.
- Gracias Señor por tu paciencia y amor incondicional.
- El gozo florece en el terreno de la gratitud.
HG/MD
“Y la paz de Cristo gobierne en su corazón, pues a ella fueron llamados en un solo cuerpo, y sean agradecidos” (Colosenses 3:15).





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