Lectura: 2 Corintios 9:6-15
Sin lugar a duda es fácil imaginar que la agenda de un presidente esté llena de compromisos y reuniones. Se cuenta la historia acerca de una anciana quien no tenía una razón oficial por la cual visitar al presidente de su país; no obstante, le solicitó una cita y el presidente accedió amablemente a atenderla.
Cuando la anciana entró en su oficina, el presidente se puso de pie para saludarla y preguntarle en qué podía servirle. Ella le contestó que no había venido a pedirle ningún favor, simplemente había escuchado decir que a él le gustaban cierto tipo de galletas y ella había preparado algunas para llevárselas.
Con lágrimas en los ojos él respondió: “Es usted la primera persona no ha venido a mi oficina a pedir, ni a esperar nada, sino más bien a traerme un regalo, se lo agradezco de todo corazón”.
Cuando oremos y entremos en la presencia de Dios, de vez en cuando abstengámonos de darle una lista de peticiones. En lugar de ello llevémosle simplemente el regalo de nuestra gratitud y amor. Podemos decir a ciencia cierta que no hay nada que le agrade más a nuestro Padre Celestial que oír nuestro sincero agradecimiento.
- Da gracias a Dios por la misericordia que te ha otorgado recordando las riquezas de su gracia y bendiciendo su Santo nombre.
- Si te detienes a pensar tan sólo un momento, tendrás muchos motivos para dar gracias a Dios.
HG/MD
“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).
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