Lectura: Salmos 47:1-10

Existen palabras que nos reservamos para ciertas ocasiones o contextos, por ejemplo, cuando podemos ver en vivo a nuestro jugador favorito, haciendo las jugadas que otros jugadores no pueden hacer y llevando a su equipo al triunfo, quizás utilicemos la palabra “formidable”.

O cuando vamos a un restaurante y nos sorprenden con una comida extraordinariamente deliciosa y un servicio impecable, si al final nos preguntan cómo estuvo todo el servicio de comida, talvez también digamos: “formidable”.

Por supuesto, esto debe llevarnos a pensar y preguntarnos que, si bien es muy bueno ver a nuestro jugador favorito o disfrutar de una muy buena comida, ¿estas experiencias pueden catalogarse como verdaderamente formidables?

Al buscar en el diccionario encontramos la siguiente definición de formidable: “Muy temible y que infunde asombro y miedo.  Magnífico”.  Por ejemplo, aún recuerdo la primera vez que aborde un avión y alcanzó la altura crucero, esa es una experiencia que humanamente se puede denominar como formidable, porque fue un cruce de emociones entre miedo y asombro.

Pero, hay una experiencia que deja a todas atrás, y que nos debe hacer expresar esa palabra, inspirándonos un sobrecogimiento como ninguna otra.  Me refiero a conocer al Creador, al Sustentador de todo el universo, y no es sorprendente que el salmista haga referencia a ese sentir cuando escribe las siguientes palabras: “Porque el Señor, el Altísimo, es temible, gran Rey sobre toda la tierra.” (Salmos 47:2).

  1. La próxima vez que escuchemos la palabra formidable, recordemos quien es realmente formidable.
  2. Nada es más imponente que conocer a Dios.

HG/MD

“Porque el Señor, el Altísimo, es temible, gran Rey sobre toda la tierra.” (Salmos 47:2).