Lectura: Isaías 1:1-4, 12-18

Eran los primeros días del invierno cuando una mujer llevaba a su pequeña hija a la escuela.  Cuando iban de camino comenzó a nevar; los copos caían sin parar y con rapidez.

Mientras transitaban hacia su destino, empezaron a ver como el paisaje se iba transformando, lo que antes era un terreno oscuro se volvía blanco. La nieve suavizaba el duro perfil de los edificios, recubría los autos que se encontraban estacionados en las calles, y se acumulaba en todos los árboles a la vista.

Esa primera nevada de invierno nos puede ejemplificar un principio espiritual: así como la nieve cubre todo lo que toca, la gracia de Dios cubre nuestro pecado. No obstante, a diferencia de la nieve que es superficial, la gracia no sólo cubre el pecado, sino que también lo borra.

Mediante el profeta Isaías el Señor les solicitó a los israelitas lo siguiente: “Vengan, pues, dice el Señor; y razonemos juntos: Aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos…” (Isaías 1:18). Cuando Dios hizo esta promesa, los israelitas tenían un gran problema con el pecado. El Señor los comparó con un cuerpo físico infectado de “… heridas, golpes y llagas recientes. No han sido curadas ni vendadas ni suavizadas con aceite” (Isaías 1:6).

  1. Por más terrible que sea tu pecado Dios está dispuesto a extenderte su gracia. Como hijos suyos, hoy tenemos la misma seguridad. El pecado puede manchar nuestra vida, pero cuando nos arrepentimos y lo confesamos “en él tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).
  2. Puedes confiar en Jesús, Él es especialista en misiones imposibles para humanos, en Él puedes encontrar el perdón y la paz que estás buscando.

HG/MD

“En él tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).