Lectura: Isaías 25:1-9
Antes de los años 40 del siglo pasado, las infecciones bacterianas solían ser mortales; no obstante, con el descubrimiento de la penicilina, los médicos tuvieron una herramienta muy útil para combatir a ese tipo de bacterias tan perjudiciales, y a partir de ese descubrimiento se han salvado innumerables vidas.
Pero, aun antes de este descubrimiento, otros ayudantes silenciosos trabajaban salvando vidas de forma similar, ellos son los glóbulos blancos. Estos organismos son la forma de Dios para protegernos de enfermedades. Por supuesto, no hay forma de cuantificar cuántas vidas han salvado. Aun así, se conoce poco acerca de su importante labor.
De igual manera tratamos al Señor, pero a menudo lo culpamos cuando algo sale mal, aun sabiendo que en la mayoría de los casos se debe a nuestros propios errores. Tristemente, raras veces lo reconocemos por lo que anda bien.
Todos los días, cumplimos una rutina diaria: nos levantamos, nos vestimos, vamos al trabajo, a la escuela o al supermercado, y regresamos a casa sin problemas, pero en verdad no somos conscientes de cuánto nos ha protegido Dios.
- Pensemos en todas las cosas maravillosas que el Señor hace silenciosamente por nosotros cada día, estoy seguro de que la lista debería sobrepasar por mucho cualquier lista de peticiones que tengamos.
- Deja de quejarte y empieza a agradecer.
HG/MD
“¡Oh Señor, tú eres mi Dios! Te exaltaré; alabaré tu nombre, porque has hecho maravillas. Desde antaño tus designios son fieles y verdaderos” (Isaías 25:1).
0 comentarios