Lectura: Romanos 8:26-29

Una familia que empezaba a asistir a una iglesia, se vio envuelta en una situación muy simpática. Durante toda una semana la mamá había contado historias sobre Jesús a sus pequeños niños de 2 y 3 años. Cuando llegaron aquella mañana de domingo a la iglesia, el más pequeño de los dos miró a su madre: “Mami, ¿ese es Jesús?” Sobra decir que las personas que estaban al lado de la pareja, se rieron cortésmente y algunos de ellos se llenaron de curiosidad esperando oír la respuesta de la mujer: “No, ese es nuestro ministro”.

La respuesta que dio la mujer fue lógica, pero hubiera sido muy lindo que ella dijera algo como: “No, ese es nuestro ministro, pero nos recuerda mucho a Jesús”.

Llegar a ser como Jesús en su carácter y prioridades, debe ser el propósito principal de todos aquellos que hemos sido llamados a seguirle, es la meta que debe consumir nuestro pasado, presente y futuro. Con respecto a nuestro pasado el apóstol Pablo nos dice lo siguiente: “Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo…” (Romanos 8:29). Sobre el presente el mismo apóstol nos dice que: “somos transformados” al crecer “de gloria en gloria en la misma imagen” (semejanza de Cristo) (2 Corintios 3:18). Y en el futuro “…seremos semejantes a él porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

Ser como Jesús no consiste en usar trajes y zapatos del primer siglo, ni guardar un sin número de reglas sin sentido, o incluso en ir a la iglesia, ayudar a los pobres o salvar el planeta reciclando. Ser como Jesús consiste como ya dijimos, en ser semejantes a él en nuestro carácter y prioridades, teniendo un corazón totalmente entregado al servicio del Señor y nuestros semejantes.

1. ¡Sé cómo Jesús! ¡Para esto fuiste salvado!

2. Vive de tal forma que otros puedan ver a Jesús en ti.

HG/MD
“Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29).