Lectura: 2 Corintios 12:11-21

Hace algunos años el director Mel Gibson produjo una película llamada: “Corazón Valiente” (Braveheart); en ella se cuenta la historia de William Wallace, un escocés, quien luchó por liberar a su país de la ocupación inglesa. En una de las partes más impactantes él grita con todo su corazón: “¡LIBERTAD!”  La libertad es uno de los grandes privilegios que puede tener un humano.

En esta misma línea, el apóstol Pablo usó a favor del evangelio la libertad que le brindaba su ciudadanía romana.  Gracias a esto pudo desplazarse libremente por el mundo mediterráneo enseñando y predicando el evangelio de Jesucristo a personas de muchas culturas, en las grandes ciudades de su tiempo.

Luego de algunos años, su libertad en este mundo se acabó.  En su último viaje a Jerusalén se produjo su captura, incitada por líderes religiosos quienes aborrecían sus enseñanzas. Casi lo matan y luego lo acusaron falsamente. Pablo apeló ante César, la más alta autoridad, y fue a parar a una cárcel de Roma.

Quizás para la mayoría de nosotros, la prisión es lo peor que nos podría pasar en la vida. La independencia y las opciones que tanto acariciamos, desaparecerían. La libertad daría paso a la limitación. Nuestro futuro se destruiría.

Pero para Pablo no fue así, la cárcel fue simplemente otro lugar en el cual servir a Jesús. En vez de deprimirse por lo que había perdido, Pablo aceptó con entusiasmo esta nueva oportunidad, continuó escribiendo diferentes cartas a las iglesias que había plantado y visitado durante sus viajes misioneros.

El libro de los Hechos termina diciendo que, durante dos años de encarcelamiento en Roma, a Pablo se le permitió vivir en su propia casa alquilada donde mucha gente iba a verlo. “Predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, con toda libertad y sin impedimento” (Hechos 28:31).

  1. En estos momentos difíciles de pandemia, no te quejes, no veas esta nueva realidad como un obstáculo para compartir el evangelio, sé creativo en este confinamiento, tu mente y tu espíritu pueden ser libres sirviéndole a Jesús.
  2. Celebra la libertad que disfrutas, es un privilegio que no todos tienen, aprovéchala para compartir tu fe con todos los que puedas, sé creativo, si has perdido tu libertad, que esa no sea una excusa para no mostrar a otros por qué has creído en Jesús.

HG/MD

“Sin embargo, de muy buena gana gastaré yo de lo mío, y me desgastaré a mí mismo por sus almas. Si los amo más, ¿seré amado menos?” (2 Corintios 12:15).