Lectura: Efesios 2:8-9
Hubo un profesor de religión en una pequeña universidad en el oeste de los Estados Unidos llamado Dr. Fisher. El Dr. Fisher impartió el curso de cristianismo, el cual era requisito para ganar Generales. Aunque trató con dificultad de comunicar la esencia del Evangelio a su clase, se encontró que la mayoría de los estudiantes miraron con indiferencia el curso como un simple requisito y no lo tomaban en serio.
Ese año, el Dr. Fisher tuvo un estudiante especial llamado Josué. Josué era de primer año, pero era muy maduro. Era popular, de buen aspecto y físicamente imponente. Llegó a ser el referente del equipo de fútbol de la Universidad, y era el mejor estudiante en la clase del profesor. Un día, este profesor pidió a Josué que se quedara al final para conversar… “¿Cuántas lagartijas puedes hacer?” Josué dijo, “hago como 200 cada noche”. “Muy bien, Josué”, dijo el profesor. “¿Crees que puedes hacer 300?” Josué respondió, “No sé… Nunca he hecho 300 de un solo”. “¿Crees que podrías?” Preguntó de nuevo el profesor. “Trataré”, dijo Josué. “¿Puedes hacer 300 en series de 10? Tengo en mente un proyecto para la clase y necesito que hagas alrededor de 300 lagartijas en series de 10. ¿Puedes hacerlo? Dime que puedes”, dijo el profesor. Josué dijo: “Bueno, creo que puedo… Sí, puedo hacerlo”. El profesor dijo, “¡Bien! Necesito que hagas esto el viernes. Déjame explicarte lo que tengo pensado…”
El viernes llegó y Josué vino temprano y se sentó al frente del salón. Cuando la clase inició, el profesor sacó una gran caja con donas. No eran donas normales, eran de las grandes y rellenas, con centros de crema y bañadas en dulce. Todos estaban emocionados, ya que era viernes, la última clase del día, e iban a tener un inicio temprano del fin de semana con una fiesta en la clase del Dr. Fisher.
El profesor se dirigió a la primera muchacha en la primera fila y le preguntó: “Lily, ¿Quieres una de esas donas?” Lily dijo “sí”. El profesor preguntó a Josué: “¿Josué, harías 10 lagartijas para que Lily pueda tener una dona?” “¡Claro!” Josué saltó de su sitio e hizo las 10 rápidamente. Luego Josué se sentó y el profesor puso una dona en la mesa de Lily. El profesor luego fue donde Daniel, el siguiente en la fila, y le preguntó, “¿Quieres una dona?” Daniel dijo “sí”. El profesor preguntó, “¿Josué, harías 10 lagartijas para que Daniel pueda tener una dona?” Josué hizo 10 lagartijas y Daniel obtuvo una dona. Y así fue por toda la primer fila, Josué hizo 10 lagartijas para que cada persona obtuviera una dona.
En la segunda fila, llegó donde Samuel, quien estaba en el equipo de basket, y tuvo una condición física como la de Josué. Él era muy popular y siempre estaba rodeado de chicas. Cuando el profesor le preguntó si quería una dona, respondió: “Bueno, ¿Puedo hacer mis propias lagartijas?” El profesor respondió: “No, Josué tiene que hacerlas”. Entonces Samuel dijo: “Entonces no quiero nada”. El profesor se encogió de hombros y dijo a Josué: “¿Harías 10 lagartijas para que Samuel pueda tener la dona que no quiere?” Con perfecta obediencia Josué inició con las 10 lagartijas. Samuel dijo, “¡HEY, dije que no quería ninguna!” El profesor dijo: “Vean, esta es mi aula, mi clase, y estas son mis donas. Déjala en el pupitre si no la quieres”, y puso una dona en el pupitre de Samuel. Ya Josué, sudando, empezó a ir más lento, quedando en el suelo entre cada serie porque era mucho esfuerzo estarse levantando y regresar al suelo.
El profesor siguió con la tercera fila, mientras los estudiantes se empezaban a enojar. El profesor le preguntó a Laura, “¿Quieres una dona?” De mala gana, Laura dijo, “No”. Entonces el profesor le pidió a Josué que hiciera otras 10 lagartijas para que Laura tuviera una dona que no quería. Josué hizo las 10 y Laura obtuvo su dona. Ya una creciente incomodidad llenaba el aula. Los estudiantes estaban empezando a decir que NO y habían muchas donas sin comer en los pupitres. Josué tuvo que hacer un esfuerzo extraordinario para poder cumplir esas lagartijas por cada dona. Ya había un pozo de sudor en el piso bajo su cara; sus brazos y frente se estaban poniendo colorados por el gran esfuerzo. El profesor le pidió a Roberto, el más incrédulo en la clase, que observara muy de cerca a Josué y revisara si hacía cada lagartija de la serie, porque ya no resistía ver todo ese trabajo de Josué por todas esas donas sin comer.
El profesor siguió a la cuarta fila. Estudiantes de otras clases se acercaron alrededor del salón, y al notarlo el profesor hizo un rápido conteo y vio que ahora había 34 estudiantes en el salón. Se empezó a preocupar si Josué lo lograría. El profesor fue a la siguiente persona, a la siguiente, y así sucesivamente. Cerca de finalizar esa fila, Josué estaba realmente pasándola muy mal. Cada vez le tomaba más tiempo completar cada serie. Algunos momentos más tarde, Luis, un estudiante recién llegado, se acercó al aula, y cuando estaba por entrar, todos le gritaron al unísono, “¡NO! ¡No entres! ¡Quédate afuera!” Luis no sabía qué pasaba. Josué levantó su cabeza y dijo: “No, déjenlo entrar”. El profesor Fisher dijo: “¿Te das cuenta de que si Luis entra tú tienes que hacer 10 lagartijas para él?” Josué dijo: “Sí, déjenlo entrar. Denle una dona”. El profesor dijo: “Ok, Josué, te dejaré seguir con Luis. ¿Luis, quieres una dona?” Luis, nuevo en el aula, ignoraba lo que pasaba. “Sí”, dijo, “denme una”, y Josué hizo 10 lagartijas muy lentamente y con gran esfuerzo. Luis, desconcertado, tomó la dona y se sentó.
El profesor terminó con la cuarta fila, y luego siguió con los visitantes en los pasillos. Los brazos de Josué ahora le temblaban. Ya el sudor goteaba abundantemente de su cara, no se escuchaba nada más que su fuerte respiración, y no había ningún ojo seco en el aula. Las últimos en el aula era dos jovencitas, ambas porristas y muy populares. El profesor Fisher se dirigió a Sofía, la penúltima: “¿Sofía, quieres una dona?” Sofía dijo, con mucha tristeza: “No, gracias”. El profesor suavemente preguntó: “¿Josué, harías 10 lagartijas para que Sofía tenga una dona que no quiere?” Gruñendo por el esfuerzo, Josué hizo 10 muy lentas lagartijas para Sofía. Luego el profesor se volvió donde la última: “¿Susana, quieres una?” Susana, con lágrimas, dijo: “Profesor Fisher, ¿Por qué no le puedo ayudar?” El profesor, ya con lágrimas propias, dijo: “No, Josué tiene que hacerlo solo, yo le asigné esta tarea y él está encargado de velar que todos tengan una oportunidad de tener una dona, sin importar si la quieren o no. Cuando decidí hacer esta fiesta este último día de clases, miré mi registro de notas. Josué es el único estudiante con notas perfectas. Todos han fallado un examen, han faltado a clases, o han presentado trabajos malos. Josué me dijo que en sus prácticas de fútbol, cuando un jugador comete una falta, tiene que hacer lagartijas. Yo le dije a Josué que ninguno de ustedes podría venir a mi fiesta a menos que él pagara el precio haciendo sus lagartijas. Él y yo hicimos un trato por sus faltas.” “¿Josué, harías 10 lagartijas para que Susana pueda tener su dona?” Cuando Josué muy lentamente completó su última lagartija, comprendiendo que había cumplido todo lo que se requería de él, haciendo 350 lagartijas, y sus brazos sucumbieron ante él y cayó al suelo.
El profesor Fisher miró a todos y dijo: “Así de esta forma fue que nuestro Salvador Jesucristo, en la cruz, rogó al Padre: ‘En tus manos encomiendo mi espíritu’. Comprendiendo que había hecho todo lo que fue requerido de Él, Él entregó Su vida. Y tal como algunos en esta aula, muchos de nosotros dejamos el regalo en el pupitre, sin comerlo”. Dos estudiantes ayudaron a Josué a levantarse del piso y sentarse. Estaba exhausto, pero con una discreta sonrisa. “Muy bien hecho, buen siervo y fiel”, dijo el profesor, agregando: “No todos los sermones se predican con palabras.” Volviéndose a la clase, el profesor dijo: “Mi deseo es que ustedes puedan entender y comprender que todas las riquezas de la gracia y misericordia les han sido dadas a ustedes a través del sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él se entregó a todos, ahora y para siempre. Sea que escojamos aceptar o no su regalo hacia nosotros, el precio ha sido pagado.”
No sea terco y mal agradecido como para dejar el regalo tirado en el pupitre (Jn.3:16/Ef.2:8-9).