Lectura: Romanos 9:1-5
Un hombre de mediana edad había sobrevivido a un incendio catastrófico en un edificio; este incendio había cobrado la vida de muchos pues se trataba de un edificio residencial bastante grande y lleno de personas de todas las edades.
El hombre luchaba con el sentimiento de culpa del sobreviviente, pues desde la cama de hospital donde se recuperaba, se decía a sí mismo que no podía comprender la razón por la cual él estaba vivo mientras muchas familias y sus niños habían muerto en aquella tragedia. También, lamentaba no saber ni siquiera el nombre del bombero que lo había rescatado, pues al menos quería darle las gracias, abrazarlo o siquiera invitarlo a una buena comida.
Este tipo de sentimiento es un tanto similar al que sentía el apóstol Pablo. A él le interesaban tanto las personas de su nación judía y sus semejantes, que estaba dispuesto a desprenderse de su relación con Cristo a cambio de que ellos fueran rescatados: “tengo una gran tristeza y un continuo dolor en el corazón: porque desearía yo mismo ser separado de Cristo por el bien de mis hermanos, los que son mis familiares según la carne” (Romanos 9:2-3).
El apóstol Pablo era bastante consciente de su condición no merecedora del amor de Dios, y por ello estaba lleno de una profunda gratitud. No comprendía los caminos y los juicios de Dios (Romanos 9:14-24); pero de lo que sí estaba completamente seguro era de que debía proclamar el evangelio a todos; hallaba paz y gozo al confiar en un Dios que había amado al mundo mucho más de lo que él podía hacerlo.
- Tenemos vida en Cristo, somos sobrevivientes y ahora podemos compartir libre y agradecidamente el evangelio de Jesús con todos los que quieran oírlo y aceptarlo.
- ¿Qué estás haciendo para compartir intencionalmente el evangelio con otros que lo necesitan?
HG/MD
“Porque no me avergüenzo del evangelio pues es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primero y también al griego” (Romanos 1:16).
Queridos/as
Vivid con amor, perdonad sin rencor y abrazad cada día con gratitud. Cuando miréis atrás, que vuestra historia esté llena de gestos de bondad, palabras de aliento y una fe inquebrantable en Dios. Porque al final, lo único que realmente deja huella es el amor que hemos dado.
«Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.» (1 Corintios 13:13)