Lectura: Filipenses 2:5-8

Había una vez un rey que se enamoró de una humilde aldeana, pero el rey estaba muy estresado, pues se preguntaba lo siguiente: ¿cómo podría declararle su amor a aquella bella dama? ¿acaso ella le respondería tan sólo por temor a las consecuencias de rechazarlo? ¿Qué palabras debía utilizar para que su bella dama, no malentendiera sus buenas intenciones?

El rey entendía que no podía presentarse como rey ante aquella mujer sin crear malentendidos, así que literalmente decidió descender de su condición.  Dejó su trono, se quitó sus ropas reales y se envolvió con ropas humildes, dejando con ello toda su gloria.  No era un disfraz sino una nueva identidad.  Tomó la forma de un siervo para ganar el amor de su amada.

Esta fue una jugada arriesgada, pues corría el peligro de que lo aceptara o lo rechazara debido a su humilde condición, y con esto perdería su amor para siempre.  Esta es una historia que podría ejemplificar la opción que Dios le dio a la humanidad, amarle a pesar de las apariencias.

Nuestro Señor se humilló a si mismo en un esfuerzo por ganar nuestro amor: “Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2:5-7).  Esa es la historia detrás de la Navidad, Dios en un pesebre; Dios en una forma que no llamaría la atención de nadie (Isaías 53:1-12).

  1. La pregunta es: ¿Lo amarás o lo rechazarás?
  2. Dios hizo Su morada con nosotros para que nosotros pudiéramos hacer morada con Él.

HG/MD

“Subió como un retoño delante de él, y como una raíz de tierra seca. No hay parecer en él ni hermosura; lo vimos, pero no tenía atractivo como para que lo deseáramos” (Isaías 53:2).