Lectura: 1 Reyes 18:1, 41-45
La vida para los agricultores algunas veces es complicada, sobre todo si hablamos del clima, esto les sucedió a unos arroceros.
Durante aquella primavera la lluvia había sido escasa y el arroz necesitaba agua para poder crecer adecuadamente, pero una grave sequía azotó la región y los granos se secaban. Los aldeanos estaban muy preocupados y desesperados, por lo que algunos de ellos sugirieron acudir al “chamán” de su aldea, entonces realizaron rituales supersticiosos, pero la lluvia no llegó; el chamán indicó que el fallo se debía a la presencia de algunos agricultores creyentes en la aldea, ya que con su fe estaban ofendiendo a los espíritus de sus antepasados.
Así las cosas, estos creyentes se reunieron para orar e invitaron a todo aquel que quisiera poner la situación problemática delante de Dios. De forma maravillosa, cerca de una hora después, el cielo se empezó a oscurecer y se oyó un trueno a lo lejos. La lluvia tan esperada llegó y continuó durante varias horas. ¡El arroz se había salvado! Al ver esto, algunos de los aldeanos creyeron que Dios había enviado la lluvia y quisieron saber más acerca de Él y los creyentes les compartieron el evangelio.
En 1 Reyes 17–18, leímos sobre una tremenda sequía en Israel. Pero, en ese caso se nos cuenta que fue el resultado del juicio de Dios sobre su pueblo (1 Reyes 17:1). El pueblo había empezado a adorar a Baal, el dios cananeo, creyendo que podría enviar lluvia para sus granos. A través del profeta Elías, el Señor mostró que Él es el Dios verdadero que controla las lluvias. Él también está atento a la lluvia de vida que refresca nuestra alma (Juan 7:38).
- El Señor todopoderoso oye tus oraciones y siempre responde con lo mejor para tu vida, porque Él es soberano.
- Es una realidad que, en ocasiones, a pesar de que tus peticiones de oración sean sinceras y generosas, no se van a cumplir; si esto ocurre, debes responder con madurez y aceptar la respuesta de Dios, sabiendo que Él actúa siempre cumpliendo su voluntad.
HG/MD
“Y el mundo está pasando y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).
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