Lectura: Hechos 17:22-31

Cuando nuestros hijos varones eran pequeños, jugábamos un juego llamado «Sardinas». Apagábamos todas las luces en nuestra casa y yo me escondía en un ropero o en algún otro lugar apretado. El resto de la familia tanteaba en la oscuridad para encontrar mi escondite y luego esconderse conmigo hasta que quedábamos apretados como sardinas. De allí el nombre.

A veces, el miembro más pequeño de la familia se asustaba en la oscuridad, así que cuando se acercaba, yo le susurraba con suavidad: «Aquí estoy».

«¡Te encontré, papá!» anunciaría al tiempo que se acurrucaba contra mí en la oscuridad, sin darse cuenta que yo me había dejado «encontrar».

De manera similar, hemos sido hechos para buscar a Dios -«palparlo» como Pablo lo puso tan vívidamente (Hechos 17:27). Pero he aquí la buena noticia: Él no es difícil de encontrar en absoluto, porque «no está lejos de ninguno de nosotros». Él desea darse a conocer. «Dios tiene una propiedad de hambre y anhelo. Él tiene el anhelo de tenernos», escribió Dame Julian de Norwich siglos atrás.

Antes de llegar a conocer a Cristo, palpamos buscando a Dios en la oscuridad. Pero si le buscamos con seriedad, Él se dará a conocer, porque recompensa a aquellos que lo buscan diligentemente (He. 11:6). Él nos llamará con suavidad: «Aquí estoy».

  1. Y espera nuestra respuesta: “¡Te encontré!”
  2. ¿Y ahora qué haré?

NPD/DHR