Lectura: 2 Timoteo 3:10-17

Antes de que el coro comenzara a cantar un himno de alabanza, una de las integrantes  citó el primer versículo que había memorizado.  Fue inspirador para nuestra congregación escucharla repetir de memoria ese pasaje de los Salmos.

Al mismo tiempo, en otra parte de la iglesia unos maestros escuchaban a más de 50 niños recitando versículos que habían aprendido de memoria, luego de que estos se los explicaran.  Estos niños participaban en un programa de memorización y comprensión de versículos diseñado para guardar la Palabra de Dios en sus corazones para toda la vida.

Recuerdo cuando me convertí a Cristo de adolescente.  Una piadosa mujer estaba llevando a cabo un programa similar en nuestra pequeña iglesia.  Me aprendí 110 versículos, los cuales también sabía explicar y gané un premio: una Biblia.

Ya no tengo aquella Biblia, pero todavía llevó conmigo el mejor de los premios: aquellos preciosos versículos.  Cuando los necesito, mientras visito a un enfermo, tomo una decisión importante, paso por días difíciles o cuando hablo o escribo acerca del Señor, el Espíritu Santo trae a mi mente los pasajes apropiados.

El salmista habló de guardar la Palabra de Dios en su corazón (Salmos 119:11).  Eso lo hacemos entendiéndola y porque no memorizándola.

  1. Si los guardas en tu corazón y mente, siempre estarán ahí, incluso aunque no tengamos a mano una Biblia.
  2. Cuando la Biblia llega a formar parte de ti, es menos probable que te desmorones ante los problemas de la vida.

NPD/DCE