Lectura: Salmos 63:1-8
Un maestro me contó que su miedo más profundo era imaginarse que un día cualquiera que llegara al salón de clases repleto de estudiantes, por alguna razón misteriosa ninguno de ellos le pusiera atención, que hablara y fuera como si le estuviera dando órdenes a un grupo de piedras.
No hay duda que a ninguno le gusta ser ignorado, si estás en una conversación con otra persona, te gusta que te presten atención, te dolería mucho si ignoraran tus palabras. O si entras a una tienda por departamentos y necesitas ayuda, te irritaría que los vendedores deliberadamente te ignoraran y atendieran a clientes que llegaron después. También podría ser muy doloroso si tuvieras un problema que necesitas resolver y nadie te ofreciera ayuda.
Ahora bien, si a ti te pueden entristecer este tipo de situaciones, tan sólo imagina cómo puede sentirse Dios cuando deliberadamente lo ignoras. Piensa cuanto dolor le causas cuando a pesar de saber que el Espíritu Santo mora en ti, actúas como si no estuviera ahí, o piensa cuanto le duele cuando vas en contra de lo que Él ha establecido para este tiempo en Su Palabra.
Por otro lado, en contraposición, muestras que te importa Dios cuando te despiertas y tomas aunque sea un instante para agradecerle por un nuevo día, o cuando pides su dirección para tomar las mejores decisiones, tomas tiempos rutinarios para estudiar su Palabra, disfrutas su presencia, sirves a los demás, en fin, cuando con tu vida muestras el control que Él tiene de todo cuanto eres.
- El que ignora a Dios es un tonto.
- ¿Puedes decir lo que el salmista dijo?: “Mi vida está apegada a ti, tu mano derecha me sostiene” (Salmos 63:8).
HG/MD
“Solamente tengan mucho cuidado de poner por obra el mandamiento y la ley que Moisés siervo del Señor les mandó: que amen al Señor su Dios, que anden en todos sus caminos, que guarden sus mandamientos, que le sean fieles y que le sirvan con todo su corazón y con toda su alma” (Josué 22:5).