Lectura: Mateo 21:1-11
Nunca podremos exagerar la inmensidad de nuestro Dios, así como Su importancia en la historia; de hecho, en el mundo occidental hemos dividido el tiempo poniendo como punto de referencia su nacimiento, antes de Cristo y después de Cristo.
A.W. Tozer (1897-1963), en uno de sus libros más conocidos: The Pursuit of God (La Búsqueda de Dios), haciendo referencia a Frederick Faber (1814 – 1863) quien fue ministro y autor de múltiples himnos de la fe, entre ellos “La fe de nuestros padres”, dijo lo siguiente: “Su amor por la persona de Cristo era tan intenso que amenazaba con consumirlo; ardía dentro del él… y fluía de sus labios como oro fundido”.
También, en uno de sus sermones dijo lo siguiente: “Donde quiera que nos volvamos en la iglesia de Dios, Jesús está ahí. Él es el comienzo, el medio y el final de todo para nosotros… No hay nada bueno, nada santo, nada bello, nada gozoso, que no sea para Sus siervos… Nadie tiene que ser abatido, por cuanto Jesús es el gozo del cielo, y es Su gozo el que entra en los corazones apesadumbrados.
Podemos exagerar en muchas cosas, pero nunca podremos exagerar nuestra obligación para con Jesús, o la compasiva abundancia de Su amor hacia nosotros. Podríamos hablar de Jesús durante toda nuestra vida y, sin embargo, nunca podríamos dar por terminado todo lo dulce que se puede decir de Él”.
En este domingo de Ramos, así como aquel día en Jerusalén, elevemos con nuestros labios y corazones un sencillo pero poderoso: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9).
- Que nuestros corazones rebocen de alegría y con esto compartamos las buenas nuevas de que Jesús vino a esta tierra, murió y resucitó, está vivo y esperando darnos vida eterna.
- La adoración es un acto genuino de un corazón arrepentido.
HG/MD
“Las multitudes que iban delante de él y las que lo seguían aclamaban diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9).