Lectura: Mateo 26:36-46
Un dicho popular dice: “Nuestras cosas pequeñas son grandes para el amor de Dios y nuestras cosas grandes son pequeñas para Él”. Quizás lo entiendas mejor si te lo explicamos de esta forma: no hay nada en nuestras vidas que sea tan pequeño como para que Dios no se preocupe por ello, y no hay ninguna crisis que sea tan grande para sobrepasar su poder y sabiduría. Todo esto es porque Dios nos ama y nos invita a hablarle sobre lo que nos ocurre y preocupa.
¿Pero, acaso esto significa que podemos pedirle a Dios cualquier cosa y Él está obligado a respondernos positivamente? Por ejemplo, un creyente al cual le gusta un equipo deportivo, ¿tiene el derecho de pedirle a Dios que su equipo favorito obtenga la victoria y que intervenga de forma especial para obtener un resultado favorable? ¿Y qué pasa si en el equipo contrario también existen otros creyentes quienes piden lo mismo?
Tanto la fe, como orar en el nombre de nuestro Señor Jesús, son acciones que Dios quiere de nosotros; sin embargo, debemos tener cuidado y pedir conforme a lo que sabemos es la voluntad de Dios. Muchas veces nos sucede lo que describe Santiago 4:3 “Piden y no reciben; porque piden mal, para gastarlo en sus placeres”.
1. La fe bíblica está ligada con la sumisión a la voluntad de Dios (1 Juan 5:14). Es por ello que todas nuestras peticiones deben reflejar el carácter de Cristo, quien dijo: “…Padre mío, de ser posible, pase de mí esta copa. Pero, no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39)
2. Una frase que nunca debe faltar en tus oraciones es: “Hágase Tu voluntad”.
HG/MD
“Y esta es la confianza que tenemos delante de él: que, si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos oye” (1 Juan 5:14).