Nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron;… Pero el Señor estuvo conmigo y me fortaleció. -2 Timoteo 4:16-17
Una de las cosas que he aprendido a medida que he envejecido es no esperar demasiado de los demás. Es posible poner mucha energía y amor en un amigo o miembro de nuestra familia y ver que este no crece o que no paga nuestros esfuerzos con gratitud. Incluso es posible que otros sean los que reciban el crédito por el trabajo que hemos hecho.
Si esperamos que todos reconozcan y agradezcan lo que hemos hecho por ellos, ciertamente quedaremos profundamente heridos. Comenzaremos a preguntarnos: “¿Es este todo el agradecimiento que recibo?”
En esos momentos de decepción, es bueno examinar nuestros motivos. ¿Tenemos algún sentimiento pecaminoso de sentirnos con derecho a algo, o alguna pasión por ser vistos y aplaudidos por nuestros esfuerzos? ¿Podemos dar con libertad y dejar que los demás se responsabilicen de sus propias respuestas? El apóstol Pablo pasó por momentos en su servicio al Señor cuando todos lo abandonaron. Sin embargo, su enfoque estaba en la fortaleza que Dios le daba para que «se cumpliera cabalmente la proclamación del mensaje» por medio de él (2 Timoteo 4:16-17).
Nunca debemos esperar obtener de los demás lo que solo Jesús puede dar. Hacer eso es algo totalmente poco realista. Nuestra tarea es simplemente dar y dejar los resultados a nuestro Maestro, sabiendo que con el tiempo recibiremos Su recompensa: “Bien, siervo bueno y fiel” (Mateo 25:21). –DHR