Lectura: Hebreos 10:12-22

William Booth, fundador y comandante general del Ejército de Salvación, no podía dormir una noche.  Su hijo Bramwell, el cual vivía al lado suyo, vio que la luz estaba encendida en la casa de su padre. Pensando en que algo podría estar mal, se fue a casa de sus padres. Encontró a su padre que iba y venía con una toalla húmeda envuelta alrededor de la cabeza. “Padre”, preguntó, “¿no deberías estar durmiendo?”

“No”, William respondió: “Estoy pensando” Al ver la mirada de curiosidad que cruzó la cara de su hijo, puso las manos en los hombros de Bramwell y seriamente le dijo: “Estoy pensando en los pecados de la gente. ¿Qué van a hacer con sus pecados?”

Esa pregunta debería molestarnos a todos nosotros. El pecado separa a las personas del Dios Santo, y lo hará para siempre, a menos que pida su perdón.  No hay nada que podamos hacer, y no existe ninguna cantidad que pudiéramos pagar que pueda expiar nuestras culpas.

No obstante, el mensaje gozoso del evangelio es que Dios a través del sacrificio de su Hijo en el Calvario, ha hecho posible que nuestros pecados sean perdonados por completo (Heb. 10:12-14.).  Ese milagro de su misericordia se aplica tan sólo, cuando reconocemos personalmente con plena y sincera confianza, que la muerte de Jesús Cristo es nuestra única esperanza de perdón.

1. Sé que soy un pecador y Cristo es mi necesidad; Su muerte es mi rescate, no tengo ningún mérito. Su sacrificio fue suficiente, y en Él creo; y ahora puedo tener esperanza de vida eterna gracias que recibí Su regalo de salvación.

2. Somos salvos por lo que Cristo hizo, no por lo que hacemos (Ef.2:1-10)

NPD/VCG