Lectura: Salmos 56:1-13
Una joven estaba esperando el autobús en un área que normalmente es bastante peligrosa a causa de la delincuencia. Mientras estaba allí se le acercó un policía novato quien le dijo con una voz grave: “¿Quiere que espere el autobús con usted?”. La joven quien estaba acostumbrada a cuidarse a sí misma, le respondió: “No tengo miedo”. A lo que el policía le dijo con una sonrisa nerviosa: “¡Pues yo sí!, le importaría que me quede a su lado”.
De la misma forma que este policía, muchos creyentes estamos dispuestos a admitir que tenemos miedo: a morir, a contraer cáncer, a que muera un ser querido, a perder nuestra mente, a quedarnos sin trabajo, a que nuestros hijos tomen malos caminos, o a envejecer.
Otros por el contrario, están completamente opuestos a reconocer estos miedos, y en muchas ocasiones los reprimen; no obstante, al igual que un alcohólico debe reconocer su adicción al licor para empezar su recuperación, como creyentes también debemos admitir la existencia de estos temores en nuestra vida.
En la lectura devocional, el salmista reconocía sus temores: “El día en que tengo temor yo en ti confío” (Salmos 56:3). Tener una relación creciente y constante con el Señor, nos brinda la seguridad que sólo Él nos puede dar, y que nos impulsa a exclamar: “No temeré” (v.4 y 11).
- Admitir que tenemos miedo no es pecado, tan solo es un indicador de que somos humanos. Sin embargo, esto se convierte en pecado si insistimos en mantener el temor; debemos recordar que hemos puesto nuestra fe en Dios, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2)
- No tenemos de que temer, Dios está con nosotros. (Romanos 8:31)
- La fe es uno de los mejores regalos de Dios. Depositar nuestra fe en el Señor, debe ser uno de nuestros regalos para Él.
HG/MD
“En Dios he confiado. No temeré lo que me pueda hacer el hombre” Salmos 56:11