Lectura: Daniel 3:8-25
El estado de la Florida es el hogar de los grandes parques temáticos de la industria del entretenimiento, los cuales atraen a millones de familias cada año. No obstante, hace algún tiempo un estudio catalogó a una de sus ciudades como la más iracunda de los Estados Unidos, que curiosamente alberga a la mayoría de estos grandes parques.
Ese nada prestigioso título le fue concedido a causa de la violencia, asaltos, furia en las carreteras y el alto porcentaje de su población que padece de presión arterial elevada.
En la lectura devocional se encuentra el relato de un hombre quien también estaba “enojado y furioso”, y que ordeno que Sadrac, Mesac y Abeg-nego, fueran llevados ante él por negarse a adorar la imagen de oro que se había erigido para celebrar sus glorias y éxitos (Daniel 3:13), nos referimos a Nabucodonosor. Al no poder conseguir que estos jóvenes le obedecieran “se llenó de ira y se alteró la expresión de su rostro” (Daniel 3:19).
Todos en algún momento hemos tenido un episodio de ira, pero, no te equivoques, enojarte no siempre es malo, tal como dice Efesios 4:26 “Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo”.
Puedes enojarte cuando presencias las injusticias que ocurren en el mundo, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones los episodios de ira tienen que ver más con las razones que experimentó Nabucodonosor, cuando las cosas no resultan como quieres, o cuando crees que no están acorde con tus intereses personales. Cuando dejas que la ira tome tu ser, puedes decir o hacer cosas que normalmente no harías; es por ello que el apóstol Pablo plantea el siguiente desafío: “No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3).
- Cuando permites que la ira tome el control, el resultado será una pérdida total la mayoría de las veces.
- El control de la ira inicia permitiéndole al Señor que tome más y más de tu vida y negándote a tus propios intereses.
HG/MD
“No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3).