Lectura: 1 Pedro 4:7-11
El joven Jan estaba emocionado y nervioso ya que era su primer turno al bate en el equipo de su Universidad, y para mejorar el momento su familia había venido a verlo. Cuando se percató que la pelota venía en un buen ángulo, la golpeó con toda su fuerza, la bola se empezó a alejar y alejar hasta que se perdió en la gradería; sin embargo, ese gran momento pudo haberse estropeado, pues de la emoción, al correr a la primera base se le olvidó tocarla, y cuando iba camino a la segunda base se dio cuenta de su error, pero al dar la vuelta un fuerte dolor se apoderó de su rodilla, así que, casi llorando empezó a arrastrarse hacia la primera base.
Las reglas del juego son claras e indican que el jugador debe tocar las cuatro bases para que la carrera sea válida, y sus compañeros que estaban en el banquillo no podían ayudarlo.
Entonces algo maravilloso sucedió, de repente el jugador contrario que estaba en la primera base dijo lo siguiente: “Árbitro, está mal si lo llevamos nosotros en brazos”. Luego de consultarlo con los otros árbitros dijeron que no había ninguna regla que lo impidiera. Así que el jugador de primera y el de segunda, pusieron sus brazos alrededor de Jan y lo llevaron cargando por cada una de las bases. Al terminar, el estadio entero se levantó en un sonoro aplauso, hubo vítores y lágrimas al reconocer aquel acto de compasión hacia un contrario.
La lección para nosotros como creyentes en Jesús es muy obvia, cuando nuestros compañeros en la fe tropiezan o caen, debemos seguir el ejemplo de estos jugadores, tendámosles la mano, y levantémoslos en nuestros brazos, es una increíble oportunidad para poner en práctica lo indicado por el apóstol Pedro: “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10).
- Como creyentes debemos tener siempre en nuestra mente y corazón las palabras del Señor: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
- No hay mejor manera de demostrar que hemos crecido en nuestra relación con Dios, que con nuestras acciones de amor desinteresadas por los demás (Mateo 18:1-5).
HG/MD
“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10).