Lectura: Juan 10:1-4

Asistí a una pequeña escuela primaria en el pueblo donde vivía, éramos tan sólo unos cuantos alumnos, y la maestra daba un trato personalizado a cada uno de nosotros, tomaba el tiempo para explicarnos si no entendíamos algún concepto, a todos nos llamaba por nuestros nombres, y al finalizar la clase se despedía con un abrazo fraterno indicándonos que esperaba vernos al día siguiente.

Pero el tiempo pasó y llegaron los días de la secundaria, la pequeña escuela había quedado atrás y ante mis ojos se presentaba un mundo de miles de estudiantes, sin duda aprendí muchas cosas y disfruté de las diversas actividades y materias que cursaba en ese momento.  Sin embargo, lo que siempre extrañé fue que prácticamente ninguno de los profesores se refería a nosotros con nuestros nombres, y prácticamente la relación que teníamos con ellos se limitaba a las pocas horas que pasábamos en clases, y ni qué decir de los saludos de despedida que tanto disfrutaba.

Todos tenemos el deseo en nuestros corazones de que se nos reconozca, es por ello que recuerdo una canción cristiana que decía: “El sabe mi nombre”, y al pensar en ella recuerdo que Dios conoce cada uno de mis pensamientos, ve cada una de las lágrimas que brotan de mis ojos y me escucha cuando clamo por su ayuda.

El evangelio de Juan dice lo siguiente: “…las ovejas oyen su voz. A sus ovejas las llama por nombre… Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:3,14).

Cuan maravilloso es saber que Aquel que hizo los cielos y la tierra conoce tu nombre, a pesar de que a través de toda la historia humana hemos sido miles y miles de millones.  Dios sabe quien eres y te conoce por tu nombre.

  1. Dios te ama tan intensamente que dio a Su Hijo Jesús para pagar el precio que había por tu vida y darte vida eterna (Juan 3:16), Él piensa en ti todo el tiempo (Salmos 139:17-18).
  2. Para Dios no existen los anónimos.

HG/MDV

“Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14).