Lectura: Romanos 6:11-23
Los invitamos a hacer el siguiente experimento. Simplemente necesitan un hilo de algodón y unas tijeras. Como primer paso corten aproximadamente 6 hilos de 40 centímetros de largo cada uno. El segundo paso es tomar un hilo de sus extremos con los dedos índices, luego con un movimiento rápido hacia adentro y afuera intenten romperlo; podrán comprobar que la mayoría de las veces, el hilo se romperá fácilmente. Ahora tomen dos hilos y entrelácenlos, repitan la misma operación que realizaron anteriormente, con el cuidado de no lastimarse los dedos, verán que con algo de esfuerzo finalmente se romperán. Para terminar, tomen los tres hilos restantes, entrelácenlos e intenten romperlos; esta vez notarán que, a menos de que el hilo este en muy mal estado, resultará imposible romperlos sin cortarse la piel de los dedos.
Los hábitos pecaminosos actúan de manera muy similar, empiezan como frágiles telas de araña y terminan como duros cables de acero. Cada vez que se comete, el pecado deja huella en nosotros y toma más fuerza en nuestras vidas.
La misión de Jesús no sólo incluía perdonar nuestros pecados, Él también desea romper el poder que tiene el pecado sobre nosotros. Pedirle a Jesús que sea el Señor y Salvador de nuestras vidas, tiene una implicación muy importante; la palabra Señor significa que ahora con Su ayuda, nosotros sus siervos debemos estar dispuestos a formar nuevos hábitos (Romanos 6:19).
Esto se logra al hablar con Dios, leer Su Palabra y estudiarla cada día, y regularmente reunirse con otros que también quieren seguirle y hacer Su voluntad; seguir estas instrucciones poco a poco nos ayudará a ir sustituyendo malos hábitos por las prioridades eternas.
1. ¿Estás luchando contra pecados rutinarios en tu vida? Deja que Dios llene con cosas positivas los espacios que estás dejando vacíos, Él acabará con esos pecados rutinarios y serás verdaderamente libre (Juan 8:36).
2. Si no dominas tus hábitos, poco a poco ellos te dominarán a ti (2 Timoteo 1:7).
HG/MD
“Así que, si el Hijo los hace libres, serán verdaderamente libres” (Juan 8:36)