Lectura: Efesios 2:11-18

Cuando Julio Cesar invadió la costa sur de Gran Bretaña en el año 55 a.C., encontró resistencia de parte de las tribus celtas en guerra. Pero un siglo más tarde, el control romano se había extendido por el norte a lo que ahora es Escocia.

La conquista cobró 30,000 vidas celtas, pero la victoria romana fue efímera. Los sobrevivientes de los clanes pronto comenzaron una feroz campaña guerrillera contra sus ocupantes. Así que en el año 122 d.C., el emperador Adriano ordenó la construcción de un muro para separar a los romanos de los barbaros en el norte. El muro de Adriano sigue en pie hasta el día de hoy.

En los días de Jesús, había una barrera más fuerte que el muro de Adriano entre el pueblo de Dios y los gentiles que se encontraban fuera de su comunidad espiritual. Era la barrera del prejuicio étnico. El diseño de Dios era bendecir a todas las familias de la tierra por medio de Abraham (Génesis 12:1-3; Isaías 51:2). Pero en vez de ser un testigo a las naciones, Israel alimentó el prejuicio contra los gentiles.

El prejuicio y el racismo permanecen con nosotros hoy, incluso en la iglesia. Estas actitudes dañan nuestro testimonio del amor de Cristo por todas las personas. Jesús entregó Su vida para redimir a las personas de toda tribu y nación. Nosotros no sólo debemos aceptarlas, sino que también debemos amarlas como nuestros hermanos y hermanas en Cristo (Gálatas 3:28-29; Apocalipsis 5:9).

1. Está comprobado que después de un año el 90% o más por ciento de los nuevos creyentes tienen poco o escaso contacto con personas no creyentes, en cierta forma es bueno contar con la amistad de buenos creyentes, pero ¿a quién le comunicaremos el mensaje de Salvación, sino tenemos a personas no creyentes cercanas a nosotros?

2.  ¿Haz construido un muro alrededor tuyo? ¿Qué estás haciendo para compartir con tus amigos no creyentes el mensaje de salvación?