Lectura: 1 Crónicas 17:16-24

Durante unas vacaciones, tuvimos la oportunidad de ir a un concierto de música clásica en un pequeño teatro.  Disfrutamos de una extraordinaria velada y para finalizar con broche de oro, la orquesta tocó la Marcha Radetzky de Johann Strauss.

Esta particular y alegre pieza musical tiene como distintivo que, en varios momentos de la interpretación, el director invita al público a aplaudir al ritmo de la melodía.  Al poco tiempo, nos sentimos parte de la orquesta; ¡nos sentíamos tan orgullosos de lo bien que lo hacíamos! Pero después, me di cuenta de que no éramos nosotros los buenos, sino que todo era mérito del director.

De la misma manera, cuando todo funciona bien en nuestra vida es fácil sentirnos orgullosos. Muchas veces caemos en la tentación de pensar que somos buenos y que hemos triunfado debido a nuestras habilidades e inteligencia.  En esos momentos, tendemos a olvidar que detrás de todo está nuestro buen Dios quien promueve, previene, provee y protege.

David recordaba esta extraordinaria verdad: “Y entró el rey David y estuvo delante del Señor, y dijo: Oh Señor Dios, ¿quién soy yo, y qué es mi casa para que me hayas traído hasta aquí?” (1 Crónicas 17:16).  El corazón de David desbordaba aprecio por la bondad de Dios.

  1. La próxima vez que seas tentado a atribuirte el mérito por las bendiciones que disfrutas, haz una pausa y recuerda que es el Señor quien te bendice.
  2. Gracias Señor por tus bendiciones inmerecidas.

HG/MD

“Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17).