Lectura: Romanos 6:15-23
A un periodista quien había sido víctima de un secuestro mientras realizaba su trabajo en un país en guerra, al ser liberado le preguntaron cómo se sentía. El periodista no tardó en responder: “Me siento más vivo ahora que lo que me he sentido en toda mi vida”.
Al analizar esta respuesta se encuentra un principio muy difícil de comprender, ser liberado es más estimulante que estar libre.
Si somos de los que tienen el privilegio de gozar de libertad cada día de nuestra vida, la respuesta de este hombre debería hacernos reflexionar, ¿cuán fácilmente nos olvidamos de lo bendecidos que somos? Esta es una verdad espiritual, en muchas ocasiones los creyentes quienes gracias a la misericordia de Dios llevamos bastantes años recorridos en la fe, olvidamos la vida sin esperanza que teníamos antes de conocer al Señor, y nos volvemos malagradecidos y apáticos con respecto a nuestra vida espiritual.
No obstante, nuestro amado Señor tiene medios para hacernos recordar y agradecer; muchas veces por medio de un testimonio de un nuevo creyente, de la lectura de su Palabra o al oír o leer un buen mensaje de otro creyente, nos recuerda que: “Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2).
Si en algún momento pensamos que la libertad en Jesús se ha transformado en algo aburrido y estamos obsesionados con lo que no podemos hacer, debemos considerar esta verdad: Fuimos liberados y ya no somos esclavos del pecado, ahora disfrutamos la libertad que Jesús ganó por nosotros en la cruz, por lo cual ahora tenemos un nuevo Señor que quiere que entendamos que la libertad no es hacer lo que nos da la gana, sino es vivir consientes del costo de esa libertad, agradecidos, buscando la libertad de otros y siendo cada día más parecidos a Jesús.
- Hoy, mañana, y por la eternidad celebremos nuestra libertad, tomemos el tiempo para agradecer a Dios por la libertad que Él nos dio.
- Vivir para Jesús brinda verdadera libertad.
HG/MD
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2).