Lectura: Lucas 8:40-42, 49-56

Un amigo me contó una historia muy conmovedora, me dijo que él nunca había pensado mucho en Jairo, el oficial de la sinagoga quien le pidió al Señor que fuera a su casa y sanara a su moribunda hija.  No había entendido la profundidad de su abatimiento.  Nunca había pensado en la tristeza de su corazón cuando el mensajero llegó ante él y le dijo: “Tu hija ha muerto.  No molestes más al Maestro.” (Lucas 8:49)

No comprendía la desolación y zozobra de aquel hombre… hasta que en aquella fría noche de invierno escuchó las palabras que ningún padre quiere oír; era la policía que con un insensible tono le repitió aquellas mismas palabras que le dijeron a Jairo: “Tu hija ha muerto”.

La hija de Jairo apenas tenía 12 años cuando murió víctima de una enfermedad, mientras que su hija tenía 15 años cuando un irresponsable que conducía alcoholizado, le arrebató la vida mientras se dirigía a casa. Esto destrozó el corazón de toda la familia.

La hija de Jairo fue regresada a la vida por el toque resucitador de nuestro Señor.  Su hija nunca le fue devuelta físicamente; pero hubo un consuelo, el caso de su hija no fue una total tragedia, pues desde muy pequeña había depositado su fe en Jesús, y esta decisión la había sanado espiritualmente de la enfermedad mortal que todos padecemos: el pecado (Romanos 6:23).  Su consuelo venía de saber que su pequeña niña había iniciado su existencia eterna al lado del Señor, “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil.1:21).

  1. Dos historias, dos hijas, un resultado diferente, el mismo Jesús. Su amor y compasión tocó las vidas de ambas, un milagro que devolvió temporalmente a una de ellas; el otro fue un milagro que le permitió a una joven disfrutar de vida eterna. Finalmente las dos historias terminan con una misma paz, un mismo consuelo, un Dios todopoderoso.
  2. Los desiertos de la vida tendrán siempre el consuelo del oasis de la paz de Dios.

HG/MD

“Todos lloraban y lamentaban por ella. Pero él dijo: -No lloren. Ella no ha muerto sino que duerme.”. Lucas 8:56