Lectura: Hebreos 12:3-11

Un grupo de turistas contrató los servicios de un guía experto en montaña, para que los guiara por los imponentes Alpes Suizos.

El guía escogido era una persona con mucha experiencia, quien los condujo con todo cuidado por los desfiladeros y campos helados de aquellas majestuosas montañas.  En un momento determinado de la excursión, dirigió a los turistas por un camino que parecía muy largo, y que aparentemente los desviaba de su punto final; la razón fue que este camino era mucho más seguro que el camino corto.

No obstante, uno de los turistas ya cansado del viaje, desobedeció y decidió tomar el camino más cercano y empezó a andar por su cuenta.  El guía al ver al hombre que se dirigía hacia el peligro y un posible accidente, corrió tras de él, lo tomó y arrastró de vuelta al camino.  El turista estaba muy enojado con el guía por el “maltrato” que había recibido.  El sabio guía le señaló la nieve por la cual estaba caminando y le explicó que, si hubiera caminado tan sólo unos pasos más, hubiera llegado a una capa muy delgada de nieve que cubría grandes grietas de más de veinte metros de profundidad.

Nuestro guía Jesús, es sin duda el más experimentado, y sabe todos los peligros del camino.  En ocasiones nos hace tomar desvíos que nos hacen caminar, según nuestra perspectiva, por una ruta más larga y hasta en ocasiones monótona.  Cuando decidimos dejar el camino desobedeciéndole, Él se ve obligado a usar medios que en muchas ocasiones nos parecen dolorosos e innecesarios (Hebreos 12:3-11); sin embargo, a la larga entenderemos que la disciplina de nuestro Señor está motivada en un sentido de cuidado y amor por nosotros.

  1. ¡Cuán agradecidos debemos estar por su amor y corrección!
  2. Puede acontecer que el amor de Dios tenga que ser firme para protegernos del peligro.

HG/MD

“Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo” (Hebreos 12:6).