Lectura: 1 Pedro 2:1-8

Con las primeras lluvias, es común ver a los pájaros tomar con sus picos pequeños pedazos de paja o algún material útil que encuentren en el camino, para construir sus nidos; luego de esto desaparecen unas dos o tres semanas, al final de las cuales, si uno tiene la bendición de encontrar sus nidos, puede oír como hay ruidos saliendo de ellos y luego de unos días se pueden ver asomando pequeñas cabezas fuera del nido, esperando la visita de sus padres que les traerán el preciado alimento.

Al ver a esas avecillas, con sus bocas muy abiertas y deseosas de alimento, es inevitable pensar en lo bueno que sería, como creyentes en Jesús, que tuviéramos tanto deseo y hasta ansiedad por el siguiente bocado de alimento espiritual.

El apóstol Pedro, captó ese mismo principio en su primera epístola en el capítulo 2, verso 2, al compararlo con el deseo de un bebé por alimentarse: “deseen como niños recién nacidos la leche de la palabra no adulterada para que por ella crezcan para salvación”.  La palabra griega usada para “deseen” es: “epipothēsate”, que tiene la implicación de un anhelo profundo con todo el corazón.

Quizás al inicio parezca extraño que se nos ordene anhelar algo con todo nuestro corazón.  Pero a diferencia de las aves y los bebés, en nuestro caso sí es preciso que se nos recuerde constantemente la necesidad que tenemos de alimentarnos de la Palabra de Dios.

  1. Y al igual que no podemos dejar de comer comida natural, nuestro espíritu necesita todos los días que consumamos y saboreemos las maravillosas palabras, promesas, mandatos y correcciones que encontramos solamente en la Palabra de Dios (2 Timoteo 3:16).
  2. Dios siempre estará dispuesto a alimentarnos, así que preparémonos para tomar una buena porción de su Palabra, ya que es necesaria para nuestro crecimiento espiritual y natural.

HG/MD

“Deseen como niños recién nacidos la leche de la palabra no adulterada para que por ella crezcan para salvación puesto que han probado que el Señor es bondadoso” (1 Pedro 2:2-3).