Lectura: 2 Corintios 8:1-15
En numerosas ocasiones he visitado campos misioneros, y siempre tienen un factor en común: su hospitalidad con los visitantes. En estos lugares hacen un gran esfuerzo, para que todo aquel que les acompañe aunque sea por una breve temporada, pase una buena estadía.
Recuerdo bien una visita que hicimos a Bolivia. Ya casi al final de nuestra estadía, nuestros anfitriones nos llevaron a conocer bellos parajes de su amado país y degustamos su deliciosa gastronomía; ellos tomaron de su tiempo y recursos para invertirlo en nosotros, aunque no tenían por qué hacerlo.
Sabíamos que eran personas muy ocupadas, a quienes no les sobraba el dinero; sin embargo, nunca sentimos que lo hicieran por obligación, compromiso o imposición. Ellos al igual que muchos otros creyentes, mostraron la misma hospitalidad, de la que el apóstol Pablo hace mención en 2 Corintios 8:5. Los creyentes de la ciudad de Corinto, apoyaron generosamente el ministerio de Pablo, pero ¿por qué lo hacían? Simplemente porque ya se habían dado a sí mismos, a nuestro Señor.
Un corazón entregado a Dios, entre sus muchas características, principalmente rebosa de bondad para con los demás. De la misma manera en la que Jesús se dio a si mismo por nosotros, haciéndose pobre para que fuéramos ricos (2 Corintios 8:9); como discípulos suyos debemos seguir su ejemplo, ser hospitalarios, servir a otros, y hacer que otros se sientan bienvenidos como en casa.
- Tomemos como desafío ser generosos con nuestro tiempo y recursos para el Señor y para otros.
- El dar sin esperar nada a cambio, es una muestra de que estamos incorporando a nuestra vida el carácter del Señor.
HG/MD
“Y superando lo que esperábamos, se dieron primeramente ellos mismos al Señor y a nosotros, por la voluntad de Dios” 2 Corintios 8:5