Lectura: 2 Corintios 4:1-9
Siendo joven asistí a una actividad donde se congregaron miles de personas, era una actividad realizada en un gran estadio, con una gran orquesta y coro donde cantamos y adoramos a Dios. Para finalizar, una persona compartió el mensaje del evangelio de una forma clara y concisa, y vi a muchas pero muchas personas respondiendo al hermoso evangelio de las buenas nuevas de salvación.
Veinticuatro horas más tarde, asistí a la iglesia donde comúnmente me congregaba, éramos entre 40 y 50 personas quienes también cantamos, adoramos a Dios y escuchamos el extraordinario evangelio de salvación de una forma clara y sencilla, sin embargo nadie respondió abiertamente al evangelio esa segunda noche.
Estos dos hombres habían sido llamados por el Señor y estaban haciendo lo que les correspondía hacer, aquello para lo cual Dios los capacitó. ¿Acaso podemos decir que había uno más exitoso que otro? Sinceramente pienso que no.
De lo que fui testigo presencial esos dos días, fue de la obediencia de aquellos dos siervos del Señor. Dios los llamó a ambos para dirigir dos ministerios en lugares específicos y momentos diferentes, su mano estaba al lado de cada uno de ellos. Ninguno debía sentirse orgulloso o decepcionado de sus predicaciones, porque Dios es el único que produce el resultado en las personas (1 Corintios 3:6-7), nosotros simplemente sembramos en otros la semilla de la Palabra de Dios.
- ¿Te sientes desencantado en el ministerio en el cual Dios te ha llamado? ¿Te sientes intimidado por los resultados de otras personas quienes también comparten su fe con otros? Entonces, es momento que quites tu mirada de los números y de las personas, y la redirijas de nuevo a Cristo (2 Corintios 4:5).
- Debes mantenerte cerca de Dios. Sigue buscando Su Voluntad. Su aprobación es todo lo que necesitas. Los hombres coronan los “éxitos”, pero Dios corona la fidelidad.
HG/MD
“Yo planté, Apolos regó; pero Dios dio el crecimiento. Así que, ni el que planta es algo, ni el que riega; sino Dios, quien da el crecimiento” (1 Corintios 3:6-7)