Lectura: Nehemías 8:1-12
A una mujer que había sido un miembro fiel de una iglesia desde hacía años se le preguntó: “Dime, ¿qué es lo que crees?” Ella respondió: “Creo que lo que cree mi iglesia.”
Pero, ¿qué creen que tu iglesia?, continuo el interrogador. “Mi iglesia cree lo que yo creo.”
El investigador le preguntó: “Ya que crees lo que cree tu iglesia, y tu iglesia cree lo que tu crees, ¿qué es lo que tú y tú iglesia creen?” Ella rápidamente respondió: “Ambos creemos lo mismo.”
Los judíos que regresaron del exilio para reasentarse en Jerusalén e Israel, igualmente sabían poco acerca de su fe. Pero cuando Esdras leyó en el libro de la Ley, y los levitas, explicaron el texto, la gente escuchó durante horas. La Palabra de Dios trajo una poderosa convicción de pecado. Los israelitas comenzaron a llorar. Pero se les dijo que no derramaran lágrimas. Este era un día para festejar, “Así que el pueblo se fue a comer y a beber en una gran fiesta, a compartir porciones de la comida y a celebrar con gran alegría porque habían oído y entendido las palabras de Dios.” (Neh. 8:12).
Una fe superficial nunca nos puede llenarnos de alegría. Debemos escuchar con claridad la verdad de Dios, para que esta pueda cambiar nuestros corazones. A medida que adquirimos conocimiento de su Palabra y la obedecemos, experimentaremos el gozo del Señor (v.10).
- Ninguna verdad de Dios almacenada en la mente, producirá fruto a menos que la pongamos en práctica.
- La obediencia es el camino a la alegría.
NPD/HVL