Lectura: 2 Reyes 25:1-21
La historia del deporte registra muchas derrotas terribles e inesperadas, una de las más recordadas es la final del Campeonato Mundial de Futbol de 1950, donde se enfrentaban la increíble selección de Brasil contra su rival la selección del Uruguay. El claro favorito era Brasil, estaban en su país como locales, y además alrededor de 200 mil personas los alentaban desde las gradas del estadio Maracaná en Río de Janeiro. Al minuto 47 se adelantó Brasil con gol de Friaça, luego sucedió lo inesperado, el empate al minuto 66 por parte de Schiaffino y la debacle se dio al minuto 79 por medio de Ghiggia. El resultado final 2×1 a favor del Uruguay; desde ese entonces a aquella derrota se le conoce como el Maracanazo,
Otro tipo de pérdida fue la que le sucedió al pueblo de Israel en Jerusalén, cuando corría el año 586 a.C., y fue mucho peor que la mayor de las derrotas deportivas que hayamos presenciado o que nos hayan contado. Esta derrota fue enviada por Dios mismo; como castigo por su pecado de adorar a otros dioses, cayeron ante los ejércitos de Babilonia (2 Reyes 24:20).
Los ejércitos de Babilonia eran dirigidos por Nabucodonosor, los cuales sitiaron la ciudad y la dejaron en ruinas, saqueando el templo, el palacio y las casas de las personas. Esta trágica derrota del pueblo de Dios, fue una consecuencia directa por su desobediencia la cual les trajo dolor y sufrimiento. Dios intentaba que por medio de ello se dieran cuenta de su error y se volvieran a Él.
En ocasiones esta es la forma por medio de la cual Dios actúa, permitiendo que sus hijos e hijas sufran las consecuencias de sus malos actos, para recordarnos nuestra necesidad y dependencia que tenemos de Él, el Señor desea que vivamos nuestras vidas de acuerdo con su voluntad.
- Esta gran derrota del pueblo de Dios, nos debe recordar lo mucho que dependemos de Dios y lo necios que somos cuando nos alejamos de Él.
- Mientas más amas a Dios, más cerca estás de Él y más despreciarás el pecado.
HG/MD
“Y vino y anunció las buenas nuevas: paz para ustedes que estaban lejos y paz para los que estaban cerca” (Efesios 2:17).