Lectura: Hebreos 12:1-11

Cuando niños la mayoría de nosotros fuimos disciplinados por nuestros padres. Un amigo me contó que él astutamente con carita de “dulce angelito” intentaba suavizar la disciplina de su mamá diciéndole: “Recuerda mamita ser buena con tu hijito, por favor, discúlpame, no lo vuelvo a hacer”.  Me contó que en muy pocas ocasiones logró escaparse de su merecido regaño, su madre le decía que a pesar de que a ella le dolía mucho, lo amaba aún más, y por ello lo disciplinaba.

Años después, mi amigo recordaba con mucho amor a su madre quien había partido hacía ya algunos años, y le agradecía el firme amor con el cual lo disciplinó y entrenó para enfrentar los desafíos de la vida.

Dios también disciplina y entrena a sus hijos e hijas cuando se equivocan.  Puede hacerlo de diferentes formas: haciéndolo directamente (1 Corintios 11:29-32), o permitiendo que las circunstancias con las que nos enfrentamos, hagan el trabajo de suavizarnos y moldearnos logrando que seamos más parecidos a Jesús en nuestro carácter y prioridades.

El libro de Hebreos 12:6, nos indica lo siguiente: “el Señor disciplina al que ama”.  La disciplina casi nunca la asociamos con el amor y casi siempre pensamos que por el contrario no merecemos estar en esa posición.  Pero lo que debemos entender es que la disciplina es usada por Dios para corregir nuestros pasos, sacándonos de nuestros egoístas y obstinados caminos.

Aunque creo que nunca disfrutaremos de la disciplina de Dios, debemos entender que resistirnos a la corrección nos impedirá seguir adelante; debemos confiar en que Dios está trabajando de forma poderosa tras bastidores para nuestro propio bien.

  1. Su amor es firme y por ello nos moldea.
  2. La disciplina de nuestro Señor está hecha para hacernos más parecidos a Él en su carácter y prioridades.

HG/MD

“El temor del Señor es el principio del conocimiento; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina” (Proverbios 1:7).