Lectura: Filipenses 2:25-30

Era común en los tiempos del imperio Romano, que los paganos invocaran a la deidad de preferencia cuando apostaban en un juego de azar.  Una de las deidades favoritas era la diosa Afrodita; mientras el dado rodaba ellos decían: “¡Epafrodito!” que literalmente significa: “Por Afrodita”.

Así que, al leer el libro de los Filipenses, nos encontraremos con este nombre que fue dado a un griego convertido a la fe.  Este hombre fue un buen ejemplo para los creyentes y resultó de mucha utilidad en el trabajo misionero que desempeñaba el apóstol Pablo, quien le dedica las siguientes líneas: “…a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, y su mensajero y suministrador de mis necesidades” (Filipenses 2:25).

Si sólo nos hubiéramos dejado guiar por las apariencias y lo que implicaba su nombre, hubiéramos cometido una injusticia con este obrero fiel, un soldado valiente de la fe, lleno de gracia y portador de la carta inspirada por Dios a la iglesia ubicada en Filipos.

  1. Más importante que nuestro nombre o nuestro pasado, lo que le importa a Dios son nuestras cualidades como creyentes, nuestro testimonio, así como el servicio a Dios y a nuestros semejantes.
  2. Si las personas que nos conocen tuvieran que usar algunas palabras para describirnos ¿Cuáles utilizarían?, ¿serían tan buenas como las que Pablo utilizó para referirse a su amigo Epafrodito?

HG/MD

“Tú, pues, sé partícipe de los sufrimientos como buen soldado de Cristo Jesús.  Ninguno en campaña militar se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo alistó como soldado” (2 Timoteo 2:3-4).