Lectura: Romanos 2:1-3; 17-24

Aunque suene un tanto extraño, hace algunos años acusaron a una universidad de plagio (apropiarse de los escritos de otros y hacerlos pasar como si fueran propios); ¡leyeron bien, no fue a un estudiante, fue a una universidad!  Esta inusual situación se dio, porque una facultad de la universidad acusada,  plagió casualmente la sección del manual que se refería al plagio.

De acuerdo con un noticiero, la forma por medio de la cual se dieron cuenta fue debido a que un estudiante de postgrado, quien estaba considerando un empleo como profesor, se encontraba leyendo información general sobre la universidad que tuvo el problema, cuando notó que la sección que advertía a los estudiantes sobre el plagio, era idéntica a la de otra universidad en la cual también se había postulado como profesor adjunto.

En la lectura que hicimos hoy, el apóstol Pablo hace una denuncia contra la hipocresía de aquellos que dicen ser justos, pero sólo son religiosos: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas contra el robo, ¿robas?” (Rom.2:21).  Pablo nos dice, que la mayoría de las veces las personas que juzgan severamente a otros, resultan ser culpables de las mismas cosas que critican.

Fácilmente podemos identificar esa tendencia en algunas personas que conocemos y para ser honestos aun en nosotros mismos.  Somos demasiado rápidos para ver el pecado en las vidas de otros, e incluso pretendemos corregirlos; sin embargo, somos demasiado lentos para aceptar nuestros errores.

  1. Antes de señalar a los demás debemos examinarnos a nosotros mismos.

 

  1. Nuestro andar debe ser equivalente a nuestro hablar.

HG/MD

“Acuérdense de sus dirigentes que les hablaron la palabra de Dios. Considerando el éxito de su manera de vivir, imiten su fe”  (Hebreos 13:7).