Lectura: 1 Pedro 3:1-6

Podemos estar seguros de que en ninguna parte de las Escrituras se nos dice que debemos valorar a las personas por su apariencia.  No debemos medir a las personas por si son apuestas o no, o si tienen un lindo cabello, si sus cuerpos están bien tonificados o se visten con ropas finas.

Lo anterior, tampoco implica que debemos ser personas descuidadas, o que la belleza sea un pecado.  Pero, de lo que si debemos tener cuidado es de ser superficiales; muchos de nosotros tenemos la tendencia de juzgar a las personas rápidamente ya sea por sus modales, o por como lucen y hablan.

Es muy sencillo caer en la tentación de ver con parcialidad a una persona que luzca bien o que hable con fluidez y encanto.  Pero es muy difícil empezar a valorar a las personas por las cualidades que Dios aprecia.

El verdadero valor de las personas es muy diferente al que le da la mayoría.  La Palabra de Dios nos dice lo siguiente al respecto: “…El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón” (1 Samuel 16:7) y el apóstol Pedro lo reafirma al decirnos: “…sea la persona interior del corazón en lo incorruptible de un espíritu tierno y tranquilo. Esto es de gran valor delante de Dios” (1 Pedro 3:4).

La apariencia no es importante frente a Dios, Él conoce lo que en verdad hay en nuestros corazones; por más encantadores o desagradables que seamos, todos necesitamos del perdón de Dios, y cuando recibimos Su perdón, Él nos da una nueva vida, con lo cual nos brinda toda una serie de nuevas oportunidades para mostrarle a otros las cualidades y el carácter de Dios por medio de nuestro testimonio.

1. Seamos diferentes, empecemos a mirar a otros de acuerdo con la forma en que Dios nos ve, como personas necesitadas de su amor y perdón que podemos ser un instrumento en sus manos.

2.    No hay nada más atractivo que parecerse a Jesús.

HG/MD

“De modo que, si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).