Lectura: 1 Juan 1:1-9
La honestidad es una de las virtudes más deseada, pero pocas veces valorada como se debe. La verdad que la acompaña debe ser un aspecto vital en nuestras vidas, sin embargo, en ocasiones se nos olvida que la honestidad inicia por nosotros mismos.
Muchos practican la mala costumbre de ver más rápidamente las fallas en los demás, y difícilmente admiten la verdad sobre sus propias fallas. Por ejemplo, en general, tendemos a pensar de la siguiente forma:
- Los demás tienen prejuicios, nosotros tenemos convicciones.
- Cuando otros pasan ocupados en su apariencia, es vanidad; pero si se trata de nosotros, significa que sacamos el máximo provecho de lo que Dios nos ha dado.
- Los otros se enojan fácilmente, mientras que, en nuestro caso, tenemos un alto grado de sensibilidad.
- Muchos son presumidos, nosotros tenemos una buena autoestima.
- Mientras otros se desesperan por los resultados, nosotros solamente tenemos una sana inquietud por conocer el futuro.
En la lectura devocional, el apóstol Juan nos aclara que, si decimos una afirmación, pero no la practicamos, es una mentira (1 Juan 1:6), y nos estamos engañando a nosotros mismos (v.8); lo peor de todo es que con nuestras acciones hacemos a Dios mentiroso (v.10).
Juan no sólo nos brinda los síntomas del pecado, sino que nos enseña la forma de resolver este problema: la confesión (v.9), llamando las cosas por su nombre. La falta de honestidad simplemente es un error. Al reconocer nuestro problema, la recompensa que obtenemos es la libertad de andar en luz (v.7), limpiándonos de todo pecado.
- Ser honesto siempre es la mejor decisión.
- La verdad es tan preciosa que algunas personas la usan poco, ¡vaya error!
HG/MD
“Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:6).