Lectura: Lucas 16:1-10

En un pequeño pueblo rural tienen la costumbre de poner a la venta frente a sus casas, parte de lo que cosechan, producen o cocinan.

En ocasiones, debido a sus ocupaciones las personas no pueden estar siempre presentes, entonces cuando esto ocurre, al lado de lo que venden ubican un rótulo con los precios y dejan una alcancía o una lata donde las personas pueden depositar el costo de lo que toman, todo bajo lo que puede describirse como un “código de honestidad”.

Pero, este sistema no siempre funciona.  Por ejemplo, una mujer quien tenía un puesto de pan casero frente a su casa, tuvo que ir a atender a uno de sus hijos más pequeños ya que necesitaba ayuda en sus tareas escolares.  Entonces, desde lejos vio a un hombre bien vestido que tomaba bastantes bolsas de aquel delicioso pan y lo llevaba a su automóvil, a quienes ella supuso eran su familia.  La mujer sonreía ya que calculaba que ganaría bastante dinero por su venta; no obstante, cuando más tarde revisó la alcancía, ¡estaba vacía! El código de honestidad reveló que ese hombre era deshonesto y lo peor era que había hecho cómplices a sus hijos.

Tal vez a este hombre le pareció que robar pan no era algo tan grave.  Sin embargo, ser honestos en acciones pequeñas es una buena muestra de cómo actuaremos en las acciones mayores (Lucas 16:10). La honestidad aplicada a todas las áreas de nuestra vida, es una manera de honrar a Jesús nuestro Salvador.

  1. Para un seguidor de Jesús el mejor “código de honestidad” es: “Y todo lo que hagan, sea de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús…”. (Colosenses 3:17)
  2. Ser honestos es uno de los mejores valores que podemos transmitir a nuestro hijos e hijas.

HG/MD

“El que es fiel en lo muy poco también es fiel en lo mucho, y el que en lo muy poco es injusto también es injusto en lo mucho” (Lucas 16:10).